No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



sábado, 24 de marzo de 2012

Comunicación.

Claro, da calma cruzar la puerta y ver el diario hecho un rollo arropado por una banda elástica, y pensar que hoy es igual que ayer, y que nada nos indica que mañana no va a estar ahí nuevamente. Y pensar que la realidad es independiente de las palabras que se escriben ahí, porque pasa por lo que se reduce a tus ojos.
Como si la realidad se redujera a ver. A ver un vaso, por ejemplo. Y estarán los que lo ven medio lleno, y los que lo ven medio vacío. Y algunos, se preguntarán cómo se llena un vaso, y otros cómo hacer para vaciarlo un poco más. Cómo si la realidad fuese solo un vaso, y no un montón de vasos, uno para cada uno. O el mismo vaso, reflejado en un caleidoscopio.
Pero pienso que donde algunos ven un vaso, otros no verán nada. Que no. La muerte de la dialéctica. Porque podemos discutir lo subjetivo, y no lo objetivo.
Porque lo que entendemos por comunicación, no es más que interpretar, o aceptar un convención. Que una mesa es una mesa, y se llama así. Y si no podés interpretar que es eso, la comunicación se trunca. Y en rigor de certeza (falsa, como siempre suele serla), donde alguien ve una mesa, yo puedo ver otra cosa, y donde yo veo una rayo, Alicia levantaba la cabeza pensando que Dios le toma una fotografía con flash.
Convención, con eso se construye la comunicación. Por eso nos cuesta comunicarnos con los locos, con los niños. Y donde algunos ven una oportunidad, yo veo una puerta que da a un vacío. Y me dicen que soy un loco si no la aprovecho, y tal vez, debiera preocuparme si un loco me tilda de cuerdo, y no viceversa.
Si somos dos seres incomunicados, vos y yo, excepto por esta posibilidad subjetiva de aceptar que el pasto es verde, el cielo está arriba, y tras el domingo comienza el lunes. Y que a quien madruga Dios lo ayuda. Por eso anda a tumbos el mundo, porque Dios se dedica a andar mirando quién se levanta temprano y quién no, para darle una mano.
Andamos incomunicados, porque desligamos la razón y el sentimiento, tanto que es difícil entender donde confluyen. ¿Dónde se encuentran el pensamiento, las acciones y el sentimiento? Cada cual por su lado.
Sin acto ni palabra, no hay idiotez. Pero claro que guardarme las palabras también es ser idiota. Lo objetable se deshace cuando hablamos de lo que sentimos...

martes, 20 de marzo de 2012

Movete colo.

-Movete Colo.
Le habría dicho, si hubiese tuviese un poco más de suerte. Pero no, y sabrán entender, esta historia controvertida que cuento. Yo debería estar escribiendo en estos momentos de un movete colo, como preludio de un vaivén erótico, y no del vaivén de si-no-después del cual me siento resignado a describir. De arder en preguntas, de vivir.
Pienso que se lo hubiese dicho, se lo hubiese llegado a decir, si la suerte no hubiese sido tan cobarde y si el azar no fuese inasible. Me cagó en Descartes y su principio de razón suficiente. Si no puedo explicar algo, es suficiente como para involucrar al azar, o la cola del diablo. Porque esta trama maltrecha, de mirar, mirar, mirarla, de escribir, escribir, escribirla, de hablar, hablar, hablarle, de desear, desear, desearla, era un camino justo que no debía desbocar más que un beso tierno de carnes de labios que se deforman. ¿Y qué dice Descartes a todo esto?
Aunque si fuese menos ciego, o menos necio, o menos insistente, o más persuasivo, o más psicópata, o más realista, no tendría ninguna necesidad de escribir en este matiz. Si fuese más hábil, o menos soñador, o si mintiese mejor, estas líneas, serían diferentes.
Y me acuerdo, porque no es la primera vez. Cuando tenía 5 años, me llevaron a ver a Carlitos Bala al teatro de Morón. En un momento nos acercamos con mi hermana al escenario y ella me expuso como carne de carnada para subir y participar de un concurso de baile.
Mi Dios, todavía me acuerdo de la angustia de estar en ese cuartito, asustadísimo, lejos de mi lugar de comodidad, esperando para subir.
Finalmente me tocó bailar con una nena pelirroja, llena de pecas, y con dos trenzas, casi salida de una propaganda de ropa, o de golosinas.
Por alguna razón, le había caído simpático a Balá, supongo que debió ser por mi respuesta de “me lo olvidé en el baño” ante la pregunta de “¿estado civil?”, y eso fue comenzar con el pie derecho.
Me moví como un loco, un desquiciado, sin el menor atino de cómo seguir el ritmo pero empujándolo, saltando, revoleando la cabeza, llevando al riesgo de dislocación a mis hombros.
Por supuesto, gané, por robo. No recuerdo haber sido aplaudido con tanto merecimiento.
Pero todavía recuerdo como, mientras todos se reían mucho y yo me movía como electrocutado, la nena pelirroja se movía tenuemente, ondeando los bracitos de izquierdas a derechas, ida y vuelta, alternando la mirada entre el techo y el piso, con los ojitos casi en apagados.
Aquella nena pelirroja, se había ganado que le diga: “Movete colo”. Pero no lo hice. Tal vez, por educación, tal vez por distraído, tal vez, por timidez, o por la misma razón que casi siempre: por idiota. Por creer que una parte del mundo debe ponerse en acomodarse por impulso propio, aunque deba plantear el escenario correcto. Y se subió al podio, por estar en el lugar y la persona apropiada, porque a veces se gana por el compañero que uno elige, no por uno mismo.
Y pienso, que en algún punto, me he ganado el derecho del “Movete colo” como preludio erótico. Me lo he ganado. Pasa que el amor le escapa a los derechos y obligaciones. Y los contratos unilaterales, son difíciles de negociar.
Aquella nena pelirroja, no sonrió nunca. ¡Nunca! ¿Qué podía esperar 26 años después? Solo sentarme a escribir, y cagarme en Nietzsche y en la mierda del eterno retorno.

lunes, 12 de marzo de 2012

Hormigas.


Hay que hacerse cargo de las hormigas. ¡Qué la gente piense lo que quiera! Me duele un tanto el índice, como para andar señalando, pero, a veces, creo que soy el único que las ayuda, a mover su cuerpo desbalanceado. ¿No habrá llegado a este punto de su vida, y descubrirse pensando que las hormigas van solas, y nadie las ayuda, ni las anima a mover su cuerpo curvoso? ¡Acaso no ha meditado sobre el mundo y sus cosas! Las cosas del mundo. Y el mundo de las cosas que hay sobre ellas.
¿No se ha tomado tiempo, entonces, para prestarles atención?
A mirarlas y pensar:
¡Vamos hormiga!
Anda, de tu casa a la planta,
que tu cuerpo no te impida,
Esquivar piedras y patas.
¡Vamos hormiga!
Mantente alerta,
Porque llegará el día,
En el que podrás quedarte en tu hormiguero
Y gritemos: ¡Evolución! ¡Evolución!
No todo será trabajo y muerte.
Gritaremos: ¡Evolución! ¡Evolución!
Y habremos evolucionado tanto,
Que solo habrá hormigas bellas.
Evolucionadas y bellas.
Porque si lo pensamos fuerte (con las manos agarradas a la sien), nadie las ayuda, ahí van, con su cuerpo culón. Confiando en que la propia evolución, y el tiempo las va a salvar, y poner en su lugar.
Nadie sabe, de que esta rellena una hormiga, y por eso, las aplastamos contra piso, para ver que sale, para sentir ese crujir hormigoso, en la suela, y que ella nos diga, a que se escucha una hormiga aplastada. Y ahogar esa necesidad de pasar la lengua por el piso, y sentir que gusto tiene una hormiga aplastada.
¡Me tratan como a un loco por hacer esto! Se piensan que este mundo gira y que gira y que nada tienen que ver las hormigas. Me tratan como a un loco, porque se piensan que estoy haciendo idioteces, perdiendo el tiempo y ¡no! ¡qué no! Estoy defendiendo a las hormigas. Yo me hago cargo de la parte del mundo que me tocó o elegí. Yo defiendo a las hormigas tanto como usted defiende a la porción de torta que esconde en el refrigerador, atrás de las plantas de lechuga y los tomates. Pensando que si usted la escondió le pertenece y usted tiene derecho de propiedad, más derechos que quien la encuentre, aún a costa de haber sido tan tonto para decidir un escondite vulgar. Sepa que la mayoría de la gente busca entre la lechuga y los tomates, para ver si encuentra algo. No me sorprende, no me sorprende, usted no ha de ser como yo, que aún con mis dolores, con mis uñas de la mano derecha larga, me tomo mis minutos, y todas las tardes, entre las cinco y las seis, me tomo diez minutos, y corro en dirección hacia el este, para que ese impulso, y ayude a la tierra a girar. Y si usted me mirase desde un punto fijo en el  espacio, me vería correr aún más rápido que la Tierra. ¿Qué hace usted por este planeta? Usted debe andar por ahí, pisando hormigas o ignorándolas o dejando a las tortugas boca arriba. Porque la maldad, la que carece de todo sentido, es la peor de la acciones que un hombre puede cometer.
 No sea mala gente, piense en las hormigas, como si fuesen nuestras hermanas, o amigas. No vaya a ser cosa que un día de estos, nos despertemos, con la angustia negra, o roja, en el cuerpo, y nos veamos al espejo, y no seamos más que hormigas.

sábado, 10 de marzo de 2012

De la bitácora de Salgraño, el capitán (qué abandono el barco).

Yo me sabía la formación de todos los equipos de la primera división, todos. Mientras más raros eran los nombres, mejor me los acordaba. Y, a pesar de que luego las estadísticas me aburrieron, en aquel momento, sabía, además,  otros datos increíbles e inútiles. Como la cantidad de goles que había metido Arsenio Erico en los campeonatos argentinos, o Guillermo Stabile en el mundial del 30 o la delantera del Racing de Córdoba del 82`. Y datos raros más raros aun, siempre hay que recordar esos, para impresionar al mundo, ignorante de datos tontos: como que el trinche Carlovich pudo haber sido el mejor jugador del mundo, o que en el 78, el club Piraña ganó el campeonato de la divisional D, y al año siguiente le ganó a J.J. Urquiza la final, ganando el campeonato de la C.
Es que a mí también me gustaba el futbol. Maradona, me parecía más grande que los Beatles, y por lo tanto que Jesucristo. Es que el mundo, se parece a una número cinco. Me obsesiona lo redondo. Nada más sano que competir corriendo atrás de una número cinco y gritar: ¡Orsai¡ ¡orsai! Como ley de último recurso, sin tener la menor idea de que quiere decir. Ahí esta bien el futbol, porque no vale pararse al lado del arquero, y esperar que venga una pelota furtiva para mandarla adentro, hay que moverla, moverla hasta que se de la oportunidad para embocarla al arco.
He pasado por todos los estados del jugador de futbol. Desde el que no puede parar una sola pelota, y es malo, muy malo, hasta el que tiene clase y te cuelga la pelota en el ángulo en un tiro libre. Porque Salgraño, supo tener dominio, era capaz de clavarte un gol desde un corner. De defensor férreo, seguro y con responsabilidad, al delantero que es capaz de meter un gol de chilena. Porque hubo una época, en la que era capaz de tirar esa acrobacia en cualquier parte de la cancha, y todos estaban pendientes de eso. ¡Salgraño! ¡La chilena! Y yo les respondía, saltando, y elevando mi pierna derecha por los aires, calculando el momento justo para pegarle un latigazo a la redonda y que vaya para donde tenga que ir. La costumbre de la chilena, la abandoné por cuestiones físicas, porque luego del impacto, Salgraño caía pesadamente sobre el césped, y vaya si duele. Gente temeraria los chilenos, con mucha resistencia al dolor.
Me acuerdo de aquel día de gloria confusa, íbamos perdiendo por goleada,  cinco a uno. Hasta que pasa. Atacábamos por la izquierda, y me mando por el medio. Cuando mandan el centro, me dí cuenta que ya estaba pasado. Y lo pienso. ¡Y sí! Me doy vuelta lento, y mirando la pelota, me inclino hacia atrás, y cuando la siento en el lugar justo, salto, y le meto la chilena a la pelota. No la agarré del todo bien, la roce con la punta del botín, pero fue suficiente para cambiarle la dirección, que se eleve y caiga como un globo, por atrás del arquero, adentro del arco. ¡Gol de Salgraño! Y levantamos, pensamos que se podía. Usted nos hubiese visto. Parecíamos unos locos que no entendían lo que era competir, gritando un gol que nos ponía cinco a dos abajo. Como aquel primer gol de un equipo argentino ante los inventores del futbol, los ingleses, que para festejar, pararon el partido y se metieron en un bar por unas copas. Al regreso, siguieron el partido, con la diferencia de 10 goles abajo. Aquel gol de chilena, era la defensa del buen futbol, del buen jugar. Después de ese impulso, levantamos, empezamos a rodar la pelota, pero no hubo caso, nos embocaron dos más y terminamos siete a dos abajo. Pero en el aire, quedó una sensación de falso triunfo. A pesar de las ganas, no se atrevieron a cargarnos, porque Salgraño, les había clavado un golazo de chilena, los había humillado. ¡Empate moral!
Pase momentos de futbol compulsivo, en que solo me importaba que jugar, y era capaz de improvisar un partido de tres contra tres en el living de una casa, rompiendo adornos y vidrios, o levantarme temprano un sábado para jugar un campeonato insufrible. Porque Salgraño, ha sido capitán de su equipo, aunque nunca supo bien, si elegir saque o arco.
Todavía no peino canas, pero, a veces, el espejo me devuelve una, y yo me pongo un poco romanticón, (como la mirada de la Condesa d`Haussonville, o cuando la libertad guía al pueblo),y las pienso que son como recuerdo por cada uno de los labios de señorita, que maleducadamente me dijo que ¡no! ¡no! ¡no! E incluso me amenazó de muerte genital si no quitaba mis labios de ahí. Y yo aquí, tan sin ellas, que nunca  pude dedicarle un ¡gracias! Para qué quisiera yo una señorita que me ande diciendo que saque los labios de aquí o de allá, no logro entenderme, no logró entender, para que quisiera yo una cana como recordatorio. Y entonces, me la arrancó, con fuerza, tirando seco, sabiendo que luego volverá. Como vuelven los recuerdos de las mujeres. De las malas, porque las buenas uno las olvida rápido. Mi abuelo decía: La donna è come un coltello, y a pesar de que tuve que recurrir a un diccionario italiano-castellano, es cierto;  si sirve, te corta y te deja una marca, una cicatriz, y si no sirve, no te deja nada.
Ahora, ya no pienso que Maradona era tan grande, pero me sigue gustando esa historieta, me gusta. Porque en el fondo, me hubiese gustado ser Maradona, y tomar cocaína, pero, de cagón, de cagón que soy, ni pruebo. O meterles un gol a los ingleses y decirle: “¡Toma! ¡Acabo de devolverle el equilibrio al mundo! ¡Vos te quedaste con las Fuckland y me mataste cientos de compatriotas, pero perdiste la copa! Ahora sí que la guerra tuvo sentido”.
Porque ahora, me pudrí del futbol, todo es comercio. Y todo es agresivo. Y no importa que ruede la pelota, y se mueva, y se mueva. Salgraño, defiende el valor de la pelota al piso, y a tocarla y tocarla, lujo, taco, gambeta, caño. Y ganar, pero ganar jugando bien. Menotista de alma.
Hemos perdido el romanticismo del juego. Y el juego del romanticismo.
A Salgraño, le parece, que, a veces, se usa el futbol como descarga, y que lo que importa no es la pelota. Pero, en definitiva, siempre es así, porque uno no se enoja con nadie, más que con uno mismo. Y entonces, necesita descargar. ¿Lo habrán pensado? Lo que necesita el futbol, es poner el ojo en la pelota, y no en la camiseta. Poner el ojo en la pelota, y no en la camiseta. Cuando pase eso, vamos a tenerlo de nuevo con nosotros, porque esto que veo, no es futbol. Parece, es muy parecido, pero no lo es.
Lo lamento, lo lamento en mi alma, menotista, pero Salgraño, el capitán, abandona este barco. Así, no va, así, no. Me duele que llore la redonda, me duele.
Y nos olvidamos de la pelota, que parece un mundo abandonado y triste, aunque igual la seguimos cagando a patadas. Porque tiramos una línea en el medio, y nos ponemos de un lado, o del otro, y nos puteamos, nos maldecimos entre nosotros. Parecemos políticos. Qué somos mejores, que ellos son peores, que ellos esto, que aquellos. La olvidamos, y cuando la olvidamos, nos descuidamos a nosotros mismo.
Adios.
Salgraño, abandona.

domingo, 4 de marzo de 2012