Me voy a buscar
el auto. Camino por Guemes, llego a la esquina de Malabia y cruzo. Como la
vereda está en reparación, la mitad está ocupada por unas vallas. Una parejita
joven, van tambaleando. Ella habla fuerte y canta, él toma cervecita de una
lata. Malditos modernosos. Calculo; tengo unos treinta metros para caminar por
la calle y un auto viene de frente. Podría llegar hasta la vereda y tener que
hacerles de cortejo, a lo mejor soportar que me pidan un cigarrillo y después
fuego.
Decido, si voy
por la calle y me tiro contra el cordón el del auto no tiene chances de dármela.
Es la mejor opción para evadirlos. Pero…a mitad del camino la piba me mira…
-Señor, señor
(y me hago cargo); una sonrisa, a ver una sonrisa.
Sonrió. (Soy fácil).
-Esa. ¡Qué
linda sonrisa! - Me festeja ella que debe estar a mitad de camino de los
treinta y yo soy, aún, más fácil. La evasión fracasa, me resigno y por las
dudas pienso en qué bolsillo tengo cada cosa: billetera, plata (que no va dentro
de la billetera, porque ésta sirve para guardar solo los documentos y otros
relicarios como preservativos viejos, papelitos y tarjetitas).
-¿Hasta dónde
va señor?
-Para allá-
señalo hacia adelante.
-Nosotros también,
podemos ir juntos. ¿Lo puedo agarrar del brazo? (Me agarra, y yo; fácil). ¿Le
puedo cantar?
Ella no espera,
me canta una canción rara. Rima bien, rima fuerte. Sigo sonriendo. El pibe atrás.
Cada tanto pienso en qué bolsillo tengo cada cosa. Le pregunto de quién es la
canción y me dice que es de ella y sigue cantando.
Llegamos a la
esquina y la canción se interrumpe por el olor a paty grasoso para taxistas de
la panchería de Armenia y Guemes.
-¡Qué olor a
paty!
Ella me mira,
¿estará borracha, fumada o será siempre así? En esa esquina nuestros caminos de
separan, yo me tengo que ir para el lado de Santa Fé y ellos para el lado de
Charcas.
-Señor, gracias
por escuchar mi canción. ¿Dónde vive usted? Porque yo vivo ahí nomás, ¿no
seremos vecinos?
-Sí, acá nomás,
sobre Scalabrini.
-Uh…se me
desataron los cordones…
-Bueno, eso se
arregla fácil, los atás y listo.
La miro. Me
mira. No me voy agachar, pienso. No, no no. Pero sí, me agacho y le ato los
cordones; porque lo importante es la historia, la anécdota. Por eso, y porque
soy fácil.
-Gracias señor,
gracias. ¿¡Dónde está Teddy!? – Teddy, el pibe, ya cruzó – Ahí está. Gracias
señor, buenas noches…
Se va. Yo sigo
mi camino.
Me rió. Me
vuelvo a reir…
No quiero
pensar…
¡¿Ustedes se
dieron cuenta?!
La piba no me
tuteó…y encima me dijo señor...muchas veces…muchas…demasiadas.
En fin, estás
grande Estebitan, pero qué fácil Dios, qué fácil.
¡Aguante todo y
feliz cumple Estebitan!