“¿Se puede hacer algo, para sentirse decididamente libre,
antes de sentirse definitivamente preso?”
Magdalena se canso.
Se puso el orgullo y la ropa interior. Se vistió con el pantalón, la remera y la dignidad. Tomo el reloj y la memoria. Se miro al espejo, lento. Se acomodo las cejas y las necesidades; se peino, desenmarañando pelo por pelo como quien desarma un misterio. Delineo sus ojos y sus planes. Se pinto la boca para borrar besos viejos, y se lavo los dientes como quien lava pecados.
Se perfumo atrás de las orejas y adelante de las penas. Golpeo su pecho, esperando que su corazón conteste, a diástole y sístole.
Se pinto de rojo, las uñas, la cintura y la simpleza. Se puso los aros, el buen humor, el arte de la seducción y una mirada dulce y simpática.
Se pasó crema y de paso, se tatuó una sonrisa en la cara.
Se lavo las manos: se limpio de gérmenes, polvo, malos momentos, palabras hirientes y quejas.
Y fue lapidante cuando dijo a Ismael, que todavía estaba tirado en la cama:
“Se llama ojo del huracán, al centro, a la única parte donde la velocidad del viento no daña. Se podría perseguir ese ojo constantemente, para no caer en la pared del huracán.
Caer en la pared del huracán significa entregarse al capricho del viento: a ir y venir, violentamente, de acuerdo a su voluntad.
Hay que ser muy hábil para evitar los golpes del sin fin de cosas que el viento hace volar.
Lo que hay que hacer, es tratar de llegar al ojo del huracán, y moverse con él, para poder tener algo de libertad, algo de tranquilidad; al menos en ese espacio. Obviamente tu camino esta determinado por el camino del huracán, no sos libre de elegirlo, en cierta forma estas encerrada, pero al menos te libras de los violentos latigazos del viento.
Ismael, así me siento yo con vos. Siguiendo tu camino, para tratar de alcanzar el ojo del huracán, de tu huracán, para al menos librarme de la violencia, de tus gritos, de tus silencios, de tu mal humor, de tus patas sobre la mesa, de tu mal modo, de tus tazas sin lavar, de tu celo, de tu desvaloración, de tu desprecio sistemático.
Vivo persiguiéndote, vivo amenazada de caer en pared del huracán.
Y simplemente: No. Basta. Me harte.”
Magdalena, acomodo su vida, como quien se acomoda el pelo y simplemente se fue, dándose cuenta.
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