Lo
que hacemos en nombre del amor, ¡lo-qué-hacemos!
A
veces pienso eso y me doy cuenta que lo grave no es hacer en nombre de, lo
grave es lo que nos dejamos hacer en nombre del amor.
Cuando
empecé a salir con Franco todavía salía con Juan Pablo. Salía en el sentido
formar, hacía un tiempo largo que emocionalmente no nos conmovía nada uno del
otro. ¡Tanta costumbre que podíamos darnos besos a la mañana sin lavarnos los
dientes! Ni por asomo nos dábamos cuenta de las bacterias putrefractas que
adornaban nuestras encías, de los restos de comida que se escondían bajo las
fundas y coronas, en los intersticios molares. El simple hecho de besarnos era
un mecanismo de defensa hacía cualquier otro intruso que pudiese desarmar
aquello que habíamos construido.
Tan
bien lo habíamos construido que nadie podía darse cuenta. Debía generar un
terrible miedo meterse con nosotros. Las parejas ignoran lo que reflejan,
ignoran la envidia que generan al resto de las personas. Hay gente en este
mundo que se dedica a robar. Uno roba lo que desea del otro, no tiene mucho
sentido la simple malicia del robo sin sentido. Cuando aprendemos a desear lo
ajeno, nos transformamos en ladrones potenciales, sí, a partir de ese momento,
y no antes. A partir de ahí somos criminales distraídos hasta que la
oportunidad golpea nuestra percepción, y las cosas, así como están dadas,
simplemente se vuelven estúpidas e insostenibles. Entonces, nos tomamos el
segundo de imaginarnos como sería si…
Tomamos
lo ajeno, tomamos lo que no nos pertenece, y nos excita, nos conmueve, nos
alegra, porque es ponernos una máscara que nos arregla los defectos, y enaltece
las virtudes.
Si
Franco me hubiese visto con Juan Pablo, nunca se habría acercado a mí.
Sospecho. No tiene el “physic du rol” de quien busca tormento. El amor y el
masoquismo son caminos alternativos que nos conducen hacia el mismo lado, el
sexo. Y cuando éste se convierte en un acto mecánico, en un acto que se
establece siguiendo cinco o seis pautas nos convertimos en nuestros propios
asesinos. Cuando sabemos como empieza y exactamente, como acaba, se muere.
¡Ay
de mí! Si fuese poeta, diría que cuando sabemos como empieza y como acaba el
sexo, un ángel se pega un tiro en las bolas. Pero soy tan mala para decir las
cosas, tan mala que no lo intento. No me llevo bien con las rimas, las odio.
Hoy
salí de aquello, y estar con Franco es como un saquito en primavera. Es útil,
pero al llegar el verano terminará en el suelo. Es como un franco
compensatorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario