Camina
desnudando al misterio, dejándolo como una pareja sorprendida en plena acción
romántica bajo un puente por una manada de turista. Cualquiera adivina qué está
haciendo. Camina eludiendo las líneas de las baldosas. Por loco, por loquito.
Le pasan las señoras a su lado y lo miran raro, le miran los pies machucados de
bailarina de asfalto que se desforman y amoldan a un trayecto poco claro que se
improvisa paso tras paso.
Hasta
aquí la versión oficial, la que se presenta en las tapas de los diarios que la
gente lee para evitar poner atención al mundo, para convencerse de que la
realidad es una partecita, es el té sin el saquito que se seca al costado. Aquellas
que ignoran la labor de Rolando, o en su defecto, lo tildan de loquito. Rolando
evita las líneas de las baldosas porque supone reacciones terribles si acaso él
las tocara.
Rolando
cree que a cada línea de baldosa que toca una peca deja de alunar una cara, un
bichito de luz apaga su culo, las enredaderas se ponen lisas, las metáforas se
escriben con signos de pregunta, un poeta se vuelve político, o un economista
utiliza la ley de la oferta y la demanda para explicar la pobreza.
Este
mundo está sostenido por pequeñas acciones, pequeñas manías, pequeños sueños,
de tipos que pasan desapercibidos o que muchos tildan de gente rara. Incluso de
aquellos que cuentan las palabras de este texto, y si es un número par,
suspiran aliviados…
1 comentario:
Estoy en condiciones de decir que tengo alguna que otra actitud "rolandística". Muy bueno,este!
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