Alicia y yo a veces nos confundimos, afirmamos que la violencia de
género es pegarse con almohadas. Romper lo inmóvil, ceder ante el elogio de la
docilidad de una almohada y largar el juego.
Y luego nos
ponemos serios, nos dedicamos al rigor académico, a la definición de quienes
saben decir, y concluimos entre pipas de tabaco y licores que la violencia
contra las almohadas es la única violencia lógica. Violencia amenazadora,
intimidatoria. Concentrarse en la violencia del puño, ahorcarlas.
Nos ponemos
tan académicos que nos olvidamos de los hechos, de los actos, de las acciones,
y conformamos un mundo que se sostiene en palabras donde cada paso puede ser
repasado una y otra vez. Explicado hasta el aburrimiento, construido ladrillo a
ladrillo para presuponer lo pasado y futuro. Pero hay un momento en que nos
miramos profundamente porque nos damos cuenta que aquellas palabras se quedan
cortas, nos falsean la mirada.
Sucede que Alicia
tiene miedo de las almohadas, porque se pregunta (cuando el terror empieza a
estirar los brazos como si se levantase de una siesta): ¿Quién rellena nuestras almohadas? Llámenla paranoica pero yo también
lo he pensado: desconocemos las intenciones de los fabricantes de almohadas.
Desconocemos si sus fines son solo capitalistas. Desconocemos si utilizan
artefactos que controlen nuestros sueños o nos susurren barbaridades cuando
entramos en la etapa r.e.m. Y simplemente nos dedicamos a apoyar nuestras
cabecitas, confiados. Le entregamos un tercio del día reposándonos inocentes en
la cadena de consumo.
Y la violencia
se entiende lógica porque Alicia le ha contado tantas cosas, ha ido tan
confiada por sus sueños y, sobretodo, ha esperado sus contestaciones. Mundo
cruel Alicia, que ni siquiera nos permite la dialéctica entre persona y
almohada. Tesis, antitesis y síntesis como forma de entender el mundo, de darlo
vueltas y vueltas. Alicia se vació de preguntas y respuestas que salen
disparadas a toda velocidad y se chocan contra la pared de tela.
Y entonces; la
locura es romper almohadas, romperlas con bronca, para ver de qué están
rellenas. Desafiar a Antoine de Saint-Exupéry, ver la esencia de las cosas, ¡con
los ojos1. Y luego quedarse tonto, abrazadito a las partes rotas, con los oídos
con signos de pregunta, como siempre. Viendo lo que cada uno es capaz de
romper. Ver Alicia arrodillada frente a sus pedazos de almohada.
Y después lo
que sigue, como si el amor fuese una coreografía de la cual no conocemos los
pasos y la improvisamos, a riesgo de mezclarnos los pies, porque nunca ponemos
atención. Y Alicia busca una almohada nueva y la abraza, como si el amor se
renovase, como si hubiese entendido la coreografía, y nuevamente comenzará a
mover los pies.
Y a la larga,
todo es ir por un pentagrama, desordenado, improvisando, borrando, pero todo
está ahí, con su ritmo, con sus pausas, con sus indicaciones.
1 comentario:
Hermoso. :)
Pipas, licores, guerra de almohadas con su chica... En fin. Usté si que sabe lo que es bueno y lo practica.
Lo de lo de adentro de las almohadas me quedó como preocupación luego que leí el almohadón de plumas de Horacio Quiroga. Si no lo leyó, no se lo lea a la chichi porque no visitará su catrera nunca más. Un abrazo
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/almohado.htm
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