…y lo que resta entonces es
configurarse de formas extrañas, nocturnas. Unirnos en algo parecido a una
ceremonia o a caer en un pozo profundo, tan profundo que no importe donde
caigamos sino el acto de caer juntos.
¡Qué nos tengan miedo! ¡Qué se crucen
de vereda al vernos! ¡Qué el terror, hijo mudo de lo nuevo y por ello
desconocido, los invada y les paralice
los dientes! ¡Qué se rompan la cabeza pensando, decidiendo cuántos somos! ¡Qué
los empleados del Registro Civil malgasten su tiempo debatiendo si deben darnos
uno o dos documentos de identidad!
Porque ellos dudan creyendo que el
mapa es territorio, desconocen los procedimientos que hemos establecidos por el
cual este hombro es mío, ese ojo es tuyo y este pecho es solo un campo de
batalla. Y lo interesante son los momentos en los que los olvidamos y vos miras
con mis ojos, yo toco con tu mano, y ambos caminamos con nuestros pies.
Somos monstruos. Somos tan
monstruosos así; juntos, siameses, pegados, en esta negociación constante de
decidir de quién es este corazón estúpido y tonto que compartimos; y, a veces,
ninguno de los dos quiere hacerse cargo…
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