No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



domingo, 27 de mayo de 2012

Los balcones.


Adorar los balcones. Adorarlos por el viento que sopla en nuestra cara. Se les ha escapado a los religiosos, a las constituyentes. No se ha leído acerca de ellos, nadie ha hecho canciones, refranes o poemas.
Adorarlos por su masa de cemento, madera y hierro. Adorarlos porque son el preludio del vacío. Un elogio al equilibrio. La paz en los balcones, los balcones de paz. Pararse. Tomarse un minuto.
Habrá un tiempo arriesgado, de todo o nada, donde abandonaremos los cordones, y el equilibrio será ahí, en los balcones, con el riesgo de una caída al vacío. Madurar tiene sus riesgos, linda. Esto se decirnos niños nos cae tan simpático que nos hace sonreír, pero es insostenible.
Hay balcones por todos lados en esta ciudad. Puntos panorámicos.  Vaya a saber usted, vaya comprender si formamos parte. Sonría, nunca sabe quién puede estar observándolo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Como Dios manda.


En la esquina de Medrano y Rivadavia hay un bar. Yo estoy ahí, mirando. Como se mira el tiempo: sin observar el reloj. Y los veo, porque mirarlos es mirar la hora, lo que sucede, el pulso de la vereda, la el nudo de la calle.
Son dos. Se miran y se besan. Son besos sin trampa, con principio de vuelo bajo para luego elevarse, andar por el aire calmo, liviano y lento.
Confundidos, complotados. No puedo apreciar donde termina ella, donde empieza él. Se mienten cosas tan lindas que podrían hacerse verdad.
Como Dios manda. Ellos se besan como Dios manda.
Yo no sé si Dios así lo manda, no he tenido ninguna epifanía acerca de esto. Tal vez, Él prefiere quedarse al costado, como casi siempre parece. Pero ni mierda, si Él manda hacer cosas así, pues tal vez deberíamos ir a tomar un café o un whisky algún día. Sospecho que podemos hacer grandes negocios.

lunes, 21 de mayo de 2012

Rabioso.

A veces ando así, un poquito rabioso,
defiendo cosas que nadie defiende,
escribo cosas que nadie lee, y no importa.
Me gustaría cambiar el mundo, sí,
pero me conformo con mucho menos,
me conformo con no arruinarlo tanto.



lunes, 14 de mayo de 2012

No pensarla.


No le pienso, compréndalo.
¿Para qué? ¿Para descubrirle los ojos como almendras a usted también? ¿Incluso a pesar de que se cortaría su brazo izquierdo antes de probar una? ¿Qué quiere? ¿Quiere que comprenda que carga estrellitas en el pie? ¿Qué le sulfura la miel y el vino por las yemas de las manos?
Sí, lo sé. Conozco a qué saben sus labios, estaba con usted cuando los probé. No lo olvide. Pero no pienso en ello, tampoco. ¿Qué quiere que comprenda? ¿Qué hay que besarla en puntas de pies para evitar que los dragones se despierten? ¿Qué hay que invitarla con la cadera tenue e inocente para que se deje llevar? ¿Qué debería prestar atención al hecho de maltratarle los breteles?
¿Usted sospecha acaso, lo mismo que yo? ¿Sospecha que esto que puede pasarnos es absurdo, vulgar, frágil, repetido y cursi? No pretendo la inmortalidad, incluso sospecho de sus intenciones (las de la inmortalidad), pero le temo a las historias vulgares, las que podría leer en una revista de peluquería.
Le he mentido, no sospecho aquello. He notado las notas, los do re mi que le salen de los párpados cuando pestanea. Por eso no le pienso. Porque las he visto sonar con tanta simpleza que me ha parecido natural, y por lo tanto no me ha despertado sorpresa. Escuché como engola la cornea y canta impostando la voz desde nervio óptico. La voz del ojo nunca desafina. ¿Con qué tipo de sentimiento pretende que ande por el mundo luego de esto?
No le pienso. Compréndalo. Sé que carga pecas en el pecho, en la espalda pero no en la cara. Y no me escudo en ninguna regla ni excepción que sugiera no pensar a este tipo de mujeres. No estoy atento a las leyes de la cognición, mesurada o no, por lo tanto desconozco si debería ser destinatario de algún castigo. Desconozco si al no pensarla usted deja de existir, y solo es capaz de andar en vida al primer momento que le dedico una neurona. Así ando por el mundo, obviando el cogito ergo sum.
No le pienso. Ni siquiera lo intento, no me hace falta, ya la he comprendido con los ojos apenas la observé, no necesito dedicarle ni siquiera un instante de parloteo entre neurona y neurona…
No le pienso, y agradezca. No vaya a ser cosa que un día de estos me encuentre pensándola tanto que termine por ponerme incómodamente enamorado…usted me entiende…no me haga decirlo. Nos desconocemos lo bastante bien como para comprender que sería inevitablemente encantador, pero también desnivelado e inconfortable.
Asumo que hay una excesiva metafísica en esto de no pensarla.

jueves, 10 de mayo de 2012

Vacío.


A veces me pasa.
A veces me quiero tonto. No me quiero. Me olvido. De Galeano, de Sartre, de Cortazar, de Zola, de Bioy Casares, de Beckett, de Saramago, de Hesse, de Tenessee Williams, de Wilde.
A veces me pasa. Ahí me siento vacío, y nada. Sí, nada. Al tiempo me entusiasmo. Y pienso con qué demonios me voy a volver a llenar; para volver a sentirme tan vivo que me vengan ganas de cosas raras, revolucionarias, como enamorarme.
A veces pasa que me revoluciono. Me enamoro. Me pongo rabioso, y me ocupo de las flores, defiendo a las hormigas, me dedico a seducir a las cerezas y salgo a la calle a tirarle papel picado a las señoritas de rulos. Pero luego se me pasa, me vacío, me olvido, me aburro.
Entonces las hormigas, las flores, las cerezas y las señoritas de rulos me resultan insípidas y en blanco y negro. Hasta que aparece; la letra sumada a la otra y a la otra.
Vivir; termina siendo eso, ir vaciándose de a poco, goteando, ir desinflándose, con la única obligación de volver a llenarse luego. Suelo dudar que vivir sea eso, pero me es ¡irrenunciable! 

lunes, 7 de mayo de 2012

Marcas.

He estado borracho. Muchas veces, pero casi nunca he sido un borracho escandaloso. Lo digo para desligarme de algún manto de irresponsabilidad. Utilizo ahora, esta técnica de decir algo chocante para luego alivianarlo, pero con la duda de si estar borracho es escandaloso y la certeza de que no me importa demasiado ni quiero aparentar ser un rebelde.
No he utilizado al alcohol como fuente de coraje. Borracho he seguido siendo el mismo tonto, con la misma inteligencia, solo que más lento, más parsimonioso. Definitivamente más alegre, y un tanto menos melancólico.
Pasa que tengo marcas, vos me entendés porque también las tenés. Algunas la ves, otras no. Mirame, mirate. Somos marcas. Las que hemos hecho y las que cargamos. Las invisibles y las que no queremos ver.
Me veo el pie izquierdo, y tengo una marca. Yo he aprendido que lo que espero de esta vida, es poder contar historias. Dejame contarte, entonces, de esta marca.
Borracho, caminando por La Pedrera en Uruguay en pleno carnaval tuve otra vez la necesidad de ir al baño. Algunos entenderán. La borrachera y la necesidad de orinar van de la mano. Independientemente de lo que uno tome.
Yo siempre he festejado los carnavales. El problema es que casi siempre los he festejado en soledad, o en forma íntima. Excepto esa vez. Si usted conoce los carnavales uruguayos, me entenderá.
La Pedrera rebalsaba de gente. Alegre. Borracha. Feliz. Gente disfrazada. Máscaras capaces de burlar o seducir al Dios Momo. Si usted lector me hubiese visto. No me creería capaz de tanta, tanta felicidad.
La necesidad de orinar me hizo alejarme de las amigas con quien estaba. Siempre he pensado que este acto es un hecho íntimo. Y debe respetarse la intimidad en estos casos. Más aún si nos distancia la diferencia de géneros.
Pero claro, aún cuando me declaró un borracho no escandaloso, no puedo desligarme de la torpeza que afecta a mis actos, la cerveza, el whisky, el ron y el fernet.
Me alejé de ellas, me alejé de la gente. Con tanta vergüenza, con tanto civismo, que no caí en cuenta que un borracho no es capaz de mantener equilibrio y orinar al mismo tiempo. No fue buena elección orinar sobre una zanja, manteniendo mis pies separados, en equilibrio inestable, y me fui al demonio, me caí sobre la zanja y me lastimé el dedo gordo del pie izquierdo.
Sangre. Sí, claro. La sangre me indicó que era bastante pelotudo. La ley del carnaval nos indica que no andemos presos en las patas. Razón suficiente para andar en ojotas. Leiv motiv de mi herida. Sangre.
Vaya a saber uno donde metí exactamente la pata. Lo único objetivamente cierto era que ese dedo chorreaba sangre. ¿Y entonces? Entonces me fui a buscar a mis amigas.
Borrachas. Ellas también estaban borrachas. Y yo por culpa del alcohol, no supe si era tímido o extrovertido, pero les conté lo sucedido.
Borracha, ella, que tomaba cerveza en un vaso de plástico, y se confundió porque la llamaban doctora y me tiró cerveza, para limpiarme la herida, para que corra la sangre, para desinfectarla. La llamaban doctora porque era abogada. Pero fue poética. ¡Al estilo Bukowski! ¿Acaso existe otra forma de curar las heridas que no sea con cerveza?
Ustedes no entienden, porque solo son lectores. Grado menor en esta historia. Ustedes son pasivos. Sí…ella era tan linda, ustedes se hubiesen dejado echar alcohol fino en una fractura expuesta.
Me veo el pie izquierdo y veo marcas, recuerdos de carnaval. Sonrió entonces, porque aquella vez también sonreí y no siento razones para no hacerlo ahora mismo…claro que dolió. Claro que duele, aún, como el resto de las cosas lindas que se han terminado. Lo importante es no escandalizarse. Ni siquiera por el alcohol.
Espero algunas borracheras más. No las planeo con demasiados instructivos o reglamentos, desconociendo si me encontrarán en solitario o acompañado. Desconociendo su grado de escándalo. Sospechando que alguna me encontrará con el vaso apoyado sobre mi frente. Deseando que los hielos le den la temperatura justa al Jack Daniels y hagan más amable su gusto. Leí por algún lado que los pueblos bárbaros beben sus cereales, que los nobles beben sus frutas. Pues la solución será buscar el equilibrio entre la civilización y la barbarie.
Sospecho que lo único que puedo esperar de ellas son marcas. Escandalosas, o invisibles. Sospechosas, incomodas de explicar. Despertar con la cabeza hinchada, las muelas ardiendo, las manos vacías y un inventario de lugares huecos. Pensando que lo único que nos lastima es el hielo de los tragos. Y sonreír, estúpidamente.
Lo que resta es la negociación entre la psinapsis y el hígado. La confrontación del deber y querer, de la razón y el corazón. Andar borracho es andar un tanto desnudo, traspasar muros, hacerse inmutable, inmune, de creerse inmortal, aún a cuesta de envenenarse un poco. Andemos borrachos entonces, cargando el perfecto equilibrio entre una actitud bélica y pacífica. 
Me miro las manos, los pies. Me miro la cabeza y veo marcas. Ellas dejan marcas. Es así. Innegociable. C`est la vie.

martes, 1 de mayo de 2012

Usted trabaje, y le aviso.


Ojo, ojito, que el trabajo no dignifica por sí mismo.
Lo que dignifica es realizar una tarea que te desafíe, que te estimule, intelectualmente, físicamente. Que te motive. Que te ahogue las ganas de martillar el despertador, y termines acariciándolo como si fuese una señorita pecosa. Que te haga un mejor ciudadano.
Lo que dignifica es amar al trabajo. Elegir porque uno lo ama, y no amarlo porque uno lo eligió.
Lo que dignifica es, incluso a pesar de que no te guste, que te de la satisfacción de poder mantener económicamente a los tuyos.
Lo que dignifica es poder no darle a cada uno el valor de su salario.
Lo que dignifica es aprender a respetar el trabajo ajeno, y no vivir mirando cuando dinero ganan los demás.
Lo que dignifica es no trabajar como una mula, abstraída de todo lo que pasa alrededor. Entender que hacés, para quien, y que representa en el mundo.
Lo que dignifica es respetar la capacidad de los que se prepararon pero también la de los que no lo hicieron. (El hombre es lo que hace con lo pudo y quiso aprender de lo que le quisieron enseñarle. Pensá que nuestro sistema de educación, gratuito y pagado entre todos, educó a Favaloro, pero también a Videla).
Te hablaría de pasión, pero es una palabra peligrosa, porque la he visto en las manos y en los ojos de gente que nos ven como números, que se dedican a estafarnos, a psicopatearnos con la intención de vendernos algo, que se satisfacen solo por el dinero. (Pensá, ¡pensá! Los directivos de TBA estuvieron dispuestos a gastar menos plata en mantener los trenes, solo para que la empresa gane más, con la sola excusa de que nadie los controlaba…pensar que en estos tiempos está de moda la responsabilidad social empresaria).
Feliz día, a los que hacen de su jornada de trabajo, ya sea con su intelecto o con su físico, algo que no sea infame, a los que hemos caído en una trampa y nos damos cuenta que la única forma de vencerla es trabajar por la gloria y no por el dinero.
Al resto, a los que se dedican a ver a los otros como números, o como mercados potenciales, o amenazas, que te guían hacia un sistema de eficiencia donde lo único importante es la ganancia, no, ni mierda… primero aprenderemos a dignarnos por lo bueno, luego nos indignaremos con lo malo.


Nota al pie: Mucho mejor leer las palabras del sudaca renegau. 

Hay que elegir.

Cuando era chico, cambie mil veces de equipo de fútbol. Al principio era de San Lorenzo, por estímulo de mi padrino. Todavía tengo una camiseta de aquella época, diminuta y hermosa. Roja y azul con la marca de las tres tiras. Y después empecé a cambiar de cuadro como de remera durante un período de tres o cuatros años. De Boca a River, de River a Racing, de Racing a Independiente, de Independiente a Boca, y así. Mutando por motivos absurdos, como partidos perdidos o jugadores que parecían más o menos simpáticos.
¡El descubrimiento del horror! ¡El niño que cambia de cuadro como de calzoncillo merece la muerte en la hoguera! No es algo que me ha marcado, con el tiempo me hice hincha de algún cuadro, lo mantuve, y he ido a la cancha, pero lo abandone. Mitad desilusionado y mitad aburrido por la postura que debe tomar un hincha de fútbol. Me gustan los chistes, y disfruto del humor negro. Pero cuando los chistes se tornan en serio y el humor negro pasa a ser realidad negra, dejo de sentirme a gusto.
Porque tu identidad, depende de lo que elijas. Sí, puede ser. Se ve. No es lo mismo quién eligió a los Stones que a los Beatles, ni el color rojo al color azul. Porque, a pesar de todo, todavía existe quien es ama porque elige y no al revés.
A la edad, mal que mal, cuando uno siente que empieza a ser hombre, no por la simple disposición de pelos toscos, gruesos y negros en los lugares más o menos esperados, sino por la simple imposición del mundo de empezar a dejarte a tu propia suerte; uno ya lleva varias elecciones, inconcientes,  o concientes. Las pequeñas batallas. Y aquella adrenalina de poder elegir, aunque con la presencia panóptica de los padres, se vuelve esencia de vida.
Y con el tiempo uno se da cuenta que es libre de elegir cada día más. Incluso puede elegir entre una patada en el culo o un bostezo en la frente. Y ambas, tendrán el mismo efecto, o parecido. Y duelen lo mismo. Y lo digo recordando las veces que se me han bostezado en la cara, con el gesto apático y la mirada tratando de perderse en lo primero que pase. Aprendí, entonces, a hablar lo justo y necesario. Y no dedicarle energías a los bostezantes.
Y hay que elegir, como si fuese una ruleta, y uno tendría que hacer una apuesta. Porque este azar, esta aletoriedad de los caminos trazados, que te da la tranquilidad de no poder encontrar la causa de de los hechos que te llevaron hasta ese punto.
Tal vez eso sea el azar, la imposibilidad de predecir, la dificultad de explicar. El azar da calma. Libra de culpas, es mucho más fácil pensar que no existen causas que expliquen los caminos. Para desligarnos, para transformarnos en objetos.
Y yo, tal vez, hasta aquí lo acepto, como acepto que un político puede ser eficiente y corrupto, de mala gana, muy mala gana, pero ¿sabés cuando me siento un completo idiota? Cuando tengo que elegir entre Paul, John, Ringo o George.
Y seguro habrá suelto algún clasificador dispuesto a etiquetarte de acuerdo a tu elección. Y los que se sienten diferentes, eligen a George. Tal vez, no tan convencidos, simplemente, porque sienten la necesidad de sentirse diferentes. Cuando me pasa eso, cuando quiero sentirme diferente, simplemente, salgo y le sonrió a cualquier persona que me cruzó. Eso es revolución.
Yo hubiese elegido a Paul, estoy casi seguro. Por Eleanor Rigby, o Dig a pony, o The long and widing road. Aunque por momentos, no estoy tan convencido, porque esa idiotez que me crece dentro, que me lleva siempre a tender querer defender a los más indefensos, me hubiese visto obligado a elegir a Ringo.
Hoy pienso que elegir uno de aquellos cuatro es tan idiota como elegir entre un balazo en el corazón o en la sien, porque, librándome de cualquier interpretación poética, ambas te matan. Y aquí, es lo mismo. Lo bello, es bello, justamente por eso, por bello, no se elige. Es como tratar de definir objtivamente el color azul o el color rojo. Es imposible. Al menos, sin aburrirse con las longitudes de onda y la refractancia de la luz. Porque no quiero vivir en un mundo donde existan campeonatos para todos. Porque tengo miedo de elegir a John y que un fan de George me diga que no entiendo nada. ¡Cómo si hubiese algo que entender! ¡Yo no quisiera entender nada más que lo mínimo y necesario! ¡Mientras menos entienda mejor! Y lo mejor que me puede pasar es poner un disco de los Beatles, y que sea aleatorio, como la distribución de pecas en una cara. Yo quisiera disfrutar de lo bello, del arte, sin la obligación de decir mejores o peores, ni buenos ni malo. Simple.
A veces lo intento, sí, a veces, quiero definir el color azúl, y ahí, yo me suelo acordar de los ojos de María. Y así, me es fácil porque, ¿qué sería de la poesía con la prohibición de la comparación? Y aún así, si a algo le escapo es la multiplicidad de ejemplos para definir algo.
Hoy estoy crecido. Y puede que los que pueden elegir entre Paul, John, George y Ringo estén en problemas. ¿Habrá una trampa al final de todo esto? ¿Una que no nos permita ver que elegir no siempre tiene que ver con la libertad? Porque todos hablamos de libertad, y nadie puede explicar qué quiere decir. Y me asusta que un iluminado se limite a agarrar el diccionario, se limite al tecnicismo. Cuando se habla de tecnicismo, no se habla de sentido común. Basta ver a los abogados defendiendo a los asesinos. ¡Tecnicismos! El hueco entre ladrillo y ladrillo, el que te deja pasar de un lado hacia el otro.
Yo no elegí dejarme invadir por ese mirar mirar mirar mirar a María e inventar un idioma nuevo, uno que intentaba imitar, de alguna forma, más no ser cacofónicamente al castellano. Donde “Zo mamediado gella” tuviese algún sentido.
Yo no elegí que María no entendiese ni una puta palabra de aquel idioma ni pudiese adivinar que carajo quería decir con eso de “Zo mamediado gella”.
Yo no elegí que otros ojos, tan azules como los de María, simplemente me produjesen un: no-mirar-no-mirar-no-mirar.
Yo no elegí que aburran los diccionarios y su línea recta que dice que esto es esto y aquello y aquello. La muerte de la imaginación.
Yo no elegí este puñado de pecas que me representan. Este inventario de manchas marrones que se dispersan, que son azarosas y únicas. No elegí vestirlas, ni sufrirlas, ni defenderlas. Ni elegí la causa común de los pecosos.
Yo no elegí dudar, vivir ardiendo en preguntas, saltando de peca en peca, como quien salta a un acantilado.
Yo no elegí la lluvia, la que me cala hasta los huesos cuando salgo, cuando algo me impulsa a la calle. O cuando la calle me expulsa.
Yo no elegí aquellas cosas, y sin embargo, soy tan libre como cualquiera. Tan libre como para tener que levantarme temprano y trabajar, y votar cada cuatro años, o decir que dos franjas celestes horizontales en un trozo de tela blanca con el dibujo de un sol en el centro me hace compatriota de cuarenta millones de personas. Pero es que aún, yo soy más libre que eso, porque yo me siento compatriota de todo aquel que tenga como objetivo ser buen tipo y se identifique con una bandera que diga que es importante ponerse en el lugar del otro y que crea que para ser justo, hay que darle a cada cual lo que corresponde. Me siento compatriota de todo aquel que defienda la idea de que somos lo que hacemos, de lo que quisieron enseñarnos y sobretodo de lo quisimos y pudimos aprender. Y que nos define lo que hacemos, pero somos chiquitos y por lo tanto lo que hacemos es diminuto, mínimo, pero hay que hacerlo bien, con amor. Amor al acto. Soy compatriota de los que aceptan que el pensamiento, los actos y las palabras no pueden coincidir siempre, pero lo intentan y cuando fracasan, lo vuelven a intentar, y si vuelven a fracasar, fracasan mejor. Porque por más que la quiera, la bandera, a la larga, no es más que un trozo de tela.
¿Qué me hablan de libertad, si apenas puedo con está terrible sensación, con este sin poder entender que es estar vivo, si María, sigue siendo tan María como siempre, como fue la primera vez que la vi?
Yo gritaría: ¡Libertad! Pero me estaría mintiendo. No somos tan libres, apenas estamos sueltos, y nuestra libertad se limita a elegir entre el tiro en la sien o en el pecho, cuando tenemos suerte y no somos víctima de uno por la espalda. Pero no es tan grave. No. Porque he descubierto que lo único que nos hace verdaderamente libres es amar. Sin limitarme al hecho seductor-copulativo-reproductor.
Ya estoy grande para creer que alguien me va a poner en una isla desierta, y aún así, en su último gesto de humanidad por este humilde y torpe trapecista, le permita elegir tres discos.
¿Y sí eso pasase? Pues elegiría tres discos, supongo, no soy necio. Pero descreo que en esa isla exista un tocadisco. Y mis días serían así, la terrible angustia de saber que tengo lo que elegí, pero no lo que necesito…que me falta algo…

Nota al pie: Hace unos días venía charlando en el auto con Bernabé, y me dijo: “La libertad no existe”, y yo agregué: “lo único que nos hace libres”, y terminamos al unísono, “es el amor”.  Como ya tenía estás palabras escritas, no pude pensar más que lo único que hice es darle oración al sentir común, no sé si de todo el mundo, pero sí al de mis compatriotas. Pues va dedicada a Bernabé entonces, y a los que descubrieron su gotita de libertad. Porque esto que puede leerse tan fatalista y melancólico, también puede ser todo lo contrario. Tiene usted la libertad de interpretarlo como quiera.