En
la esquina de Medrano y Rivadavia hay un bar. Yo estoy ahí, mirando. Como se
mira el tiempo: sin observar el reloj. Y los veo, porque mirarlos es mirar la
hora, lo que sucede, el pulso de la vereda, la el nudo de la calle.
Son
dos. Se miran y se besan. Son besos sin trampa, con principio de vuelo bajo
para luego elevarse, andar por el aire calmo, liviano y lento.
Confundidos,
complotados. No puedo apreciar donde termina ella, donde empieza él. Se mienten
cosas tan lindas que podrían hacerse verdad.
Como
Dios manda. Ellos se besan como Dios manda.
Yo
no sé si Dios así lo manda, no he tenido ninguna epifanía acerca de esto. Tal
vez, Él prefiere quedarse al costado, como casi siempre parece. Pero ni mierda,
si Él manda hacer cosas así, pues tal vez deberíamos ir a tomar un café o un
whisky algún día. Sospecho que podemos hacer grandes negocios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario