(...)
Cualquiera te regala un reloj. El banco,
una empresa, una tía, una madre o una novia. Y no caen en cuanta que quién
regala un reloj, también regala la angustia de poder visualizar que el tiempo
avanza. El mundo funciona como una balanza en la cual no es posible sumar un
segundo, sin restar otro.
Hay que tenerles idea a los relojes,
desconfianza, porque en cuanto uno les deja espacio, todo se hace a su orden y
antojo. Uno termina volviéndose un autómata dispuesto a cumplir las órdenes que
le silba el reloj. Termina siendo una persona lejana de todos los lugares que
uno quiere. Porque el tiempo es la distancia más lejana entre dos lugares.
Goyeneche tuvo un impulso, tomó el
despertador y lo estalló contra la pared. Y por algunos minutos fue libre.
Exactamente diez minutos, cuando miró el reloj de pared de la cocina.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo.
Con el tiempo (perdón por la redundancia), el celular comenzó a ocupar ese lugar. (También marca la hora), pero es más perfecto para el control social.
Seguro que lo sabe, si es así, disculpe: el nombre de la bola pesada que estaba al extremo del grillete en los esclavos, se llamaba...
¡Blakberry! Le juro que es verdad.
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