No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



martes, 22 de enero de 2013

Pájaros.


Yo también,
les daría nombres raros.
Si tuviese pájaros.
Les diría secretos,
Y los soltaría…
Si volviesen a mí,
Los ahuyentaría
Fuerte,
A golpes,
Gritos guturales.

**

Un día
Cazaré un jilguero
Lo atraeré con una mariposa
Pero no le daré ningún nombre.
Ninguno.
Lo llamaré: “jilguero”.

**

domingo, 20 de enero de 2013


Lo que importa es lo palpable
Lo que se guarda con recelo
Sin romperse en el desvelo
Lo que se ve, es despreciable
Aunque importa ser amable
Con lo pasado y lo pisado;
Lo bellamente recordado.
Sin ser cruel con lo vivido
Digo: no es malo el olvido,
lo que malo es ser tarado.

martes, 15 de enero de 2013

Natural.


El cielo llora,
y no usa pañuelo,
el cielo estornuda 
y no pierde mocos.

El viento suspira
y no se enamora,
el viento se enoja
y no nos lastima

El sol nos quema
pero nos ampolla.
El sol nos calienta
pero nada termina.

Vos, en cambio,
todo lo contrario.
Natural, no sos, 
no nos engañemos.

domingo, 6 de enero de 2013

Los chupetines.


Aquel día que tenía una bolsa de chupetines bolita para compartir: 15 colorados, 16 verdes, 18 naranjas, 20 amarillos y 1 del  mejor: negro, de sabor coca cola. Los había contando no por un trastorno obsesivo compulsivo, sino para asegurarme que me alcanzaría para todos. A veces pienso: ¿por qué tanta asimetría en las cantidad? ¿Por qué no los hacen todos iguales y ya? Todos del mismo color. Por más que los pruebe uno por uno, no encuentro mayores diferencias entre uno y el otro. ¡Dios! ¿Qué gusto tiene un chupetín naranja? ¿Y uno verde? ¿Y uno amarillo? Todo lo mismo, todo lo mismo.
Si el mundo fuese más justo, o más práctico al menos, todos los chupetines serían del mismo color, sin importar cuál sea, al fin y al cabo; definir a través de los colores resulta un recurso corto dado los colores son indefinibles sin caer en algún artilugio de utilizar términos físicos. ¡Todos lo chupetines deberían ser iguales a la vista! Por lo tanto, sería difícil pensarlo diferentes, porque el pensamiento sigue los mismos lineamientos que lo visual. Pero el mundo es una “machina” bien pensada, que evidencia el eterno retorno del tiempo, rearmándolo, mejorando sus procesos, para tramar conflictos más ricos, más confusos y enigmáticos. Un equilibrio fino de miedo, coraje, angustia, paz, violencia, alegría, comprendiendo así que es imposible un mundo donde todos se vean iguales.
Mi infancia se desgarró cuando vi a los que creía mis amigos meter la mano en la bolsa y cerrar el puño tratando de agarrar la mayor cantidad de chupetines, cuando yo había planeado convidarle uno a cada uno, sin importar demasiado sus méritos. No por avaro, sino porque yo defendía la capacidad de ahorrar, de guardar, de tener para luego volver convidar, de pensar a futuro, porque esa es la base del Bien; el predominio del futuro sobre el presente. En cambio el Mal; él rechaza los miramientos hacia lo que vendrá, preponderando el ahora.
Aquello fue la comprensión de la desnudez, no como acto erótico o íntimo, sino como un hecho avergonzantemente público. Un ultraje, la violación de la inocencia, la sensación de que la recompensa, al final del trayecto, es nula y que el recorrido está plagado de recursos absurdos.
Pero lo que recuerdo con mayor dolor es la cara de ella, que no contenta con hundir la mano en la bolsa y levantar cinco chupetines entrelazados torpemente entre sus deditos delicados, se tomó unos segundos para mirarlos y devolver con cara de asco el chupetín amarillo que le había tocado y luego, agrandando la boca de la bolsa con el índice, comenzó a hurguear entre el resto de los chupetines hasta que divisó el único chupetín negro; el de coca cola. Sonrió y festejó como si se hubiese tratado de un premio, cuando había sido el impulso de aprovechar la oportunidad. Dejando en claro su preferencia por las formas alargadas con gran cabeza y de color negro.
Tuve el impulso de decirle, a ella y a los otros, que a caballo regalado no se le miran los dientes, pero no lo hice, como no hice tantas otras cosas. Pienso que lo justo hubiese sido que cada uno agarrase su chupetín sin mirar dentro de la bolsa y, nobleza obliga, que fuese solo uno. Supongo que las causas azarosas pierden sentido contra estas actitudes. Como supongo que habrá dos tipos de personas, los que miran en la bolsa antes de sacar y los que no, los que prefieren el misterio, la tragedia de no saber con qué encontrarse, el drama de tener que soportar el chupetín verde golpeado que se despedaza cuando se lo pela, pero también la posibilidad grata del chupetín negro que cada vez parecen más escasos.
Todavía sigo intentando meter la mano en la bolsa, todavía mirando hacía otro lado, tratando de adivinar, esperando que la suerte esté de mi lado, y me toqué el chupetín de coca cola...