No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



lunes, 27 de febrero de 2012

Las cosas que pasan.

Lo había escuchado Alicia aquello que las cosas pasan por algo. Una, dos, tres, y a la cuarta, perdió la cuenta, como quien lo intenta con las estrellas de algunos cielos. O los trocitos de mosaico del Park Güell. Tanto usted como yo, terminaríamos tropezando con uno de aquellos trocitos: y mirar, mirarlo, sin saber si lo habíamos contado o no. La curiosidad del tiempo libre, supongo, o la necesidad de encontrar la trampa. De saber si primero pegó los mosaicos y luego le dio martillazos, o ya eran pequeños cuando los pegó.
Las cosas pasan por algo. Y que sí, piensa Alicia, que claro. Aquella excusa de Newton de la acción y reacción, y la necesidad de las explicaciones. Cómo si en esta vida, todo tuviera su porque irrenunciable, y tuvieran todos la necesidad de andar buscando respuestas, sin entender demasiado las preguntas.
¿Habrá dos clases de personas –piensa Alicia- las que se hacen preguntas y las que buscan respuestas? ¿O habrá algunos que buscan, también preguntas, no propias, sino ajenas, del inconsciente colectivo?
Y piensa Alicia, y descubre, que aquella frase puede interpretarse: para lo pasado y para lo futuro. Pero se pone en situación, se pone a recordar, y cada vez que la escuchó, sintió que se referían al futuro, y se permitió reformarla, para no confundirse: Las cosas pasan para algo. Porque vio obvio que de llegar ahí, hasta ese punto, ella era responsable. Y ahí pensó, que era lógico que las cosas pasan por algo, pasan por lo que uno ha hecho. Y que la omisión, también es acción.
Y pensó también, en el “para”. Y se sentó en el pasto.
-Las cosas pasan para nada. Solo pasan. Uno les da el sentido luego, de acuerdo a lo que quiera hacer. Porque las cosas pasan por algo. Y ese algo, somos nosotros. Las cosas pasan por nosotros. Aquello que pasa, no tiene sentido sin nosotros, porque nosotros somos lo que hacemos para que pasen las cosas. Si aceptase que las cosas pasan para algo, estaría aceptando que no tenemos acción sobre lo que pasa. Que somos más espectadores que actores. Que hay una fuerza, un azar imperceptible que ordena el universo, con acciones, intentando poner justicia. Y no, las acciones no tienen sentido sin nosotros. Nosotros nos definimos por lo que hacemos. Pero lo que hacemos, no se sostiene sin nosotros. Y siempre es un desafío. Porque mañana, hay que seguir, y tomar la decisión de sostenerlo o dejarlo caer.
Y se levantó Alicia, y se fue: a hacer cosas, a ver que pasaba luego. Sintiendo que el olor de la derrota, también se parece demasiado al olor de un triunfo que recién se empieza a gestar. Porque, sea trágica o cómica, al final, bien al final, lo único que podemos hacer, es reír, solo reír. Lo único sobre lo que tenemos total y entera libertad.

sábado, 25 de febrero de 2012

Cosas que pasan en este mundo.

Estaba en una entrevista de trabajo para un puesto bastante importante. “Con proyección internacional”, diría, como se dicen de algunos jugadores de futbol.
Supongo que en ese momento, todavía aceptaba la mayoría de las reglas de este mundo, como quien acepta que el sol está en el cielo, o el sur queda para abajo. Como algo que vino así de fábrica, y no con esta sensación que para cambiar esas cosas, las que no te hacen sonreír, por las que uno pone cara de estar comiendo una galletita húmeda, primero hay que encontrar las otras, las que sí te hacen sonreír.
Fue una entrevista grupal, entre ocho o diez jóvenes talentos, o al menos así reclamaba el aviso. Había contadores, administradores de empresas, algún ingeniero. Todos con algún posgrado, algunos en el exterior, en universidades Bélgica o la de Texas. Todos observados por otro grupo (tal vez, cuatro o cinco, no lo recuerdo con claridad) de psicólogas.
Con el tiempo termine de entender, que lo que se busca en esas oportunidades es observar los comportamientos. Si uno observa con claridad, es posible ver los rasgos generales de las personas, en forma muy fácil. Y en definitiva, una empresa, debe funcionar en grupo. Por lo tanto, el valor del comportamiento de cada uno, y la forma en que se relaciona con los demás tiene la misma importancia que los conocimientos técnicos. La famosa inteligencia emocional. E incluso, es más fácil entrenar los conocimientos técnicos que los otros, que responden a variables y aprendizajes muchas veces innatos e involuntarios, de acuerdo a la forma que uno tenga de ver el mundo.
La primera parte de la entrevista consistió en una presentación en inglés de cada uno, y luego pasamos a realizar un trabajo separándonos en dos grupos.
Ese trabajo consistió en el estudio de un caso, muy al estilo de las escuelas de negocios. Por lo general, este tipo de estudios, se basan en casos reales, aunque no se cuenta con todos lo datos, para aproximarlo a la realidad, donde no siempre cuentan con toda la información, y aún así, se deben tomar decisiones.
Poco recuerdo de aquello, algo así como un ejecutivo que debía afrontar la posibilidad de cerrar la filial de la empresa que se había abierto hacia muy poco tiempo en algún país árabe, debido a estar afrontando grandes perdidas. Como dificultades: tenía un lazo casi de amistad con la persona al mando y el cierre generaría el desempleo de varios miles de personas.
Lo que sí recuerdo, y muy bien, es a él. Corpulento, profesor de alguna arte marcial, bastante calvo, vestido en forma informal, y con una actitud de seguridad que intimidaba. Era supervisor en una empresa petrolera. Y dijo:
“Sí algo aprendí, que estas cosas no hay que tomarlas en forma personal. Lo mejor es cerrarla la filial, atendiendo a los resultados, que son lo importante en una empresa. Repito, no es algo personal, son números, y es simple, si no sirve, no sirve”.
Y lo sigo pensando, y todavía pienso, que algo de razón debe tener, algo, tal vez. Aunque me siga generando el mismo revoltijo de estómago. Cosas que uno no puede manejar, supongo. Cosas de este mundo, que se organiza para que algunas personas, no te puedan ver más que como un número.
Pues entonces, temblemos un poquito, más que de costumbre, si vemos un empresario cerca del poder político. Las naciones no son empresas, por más que tengan presupuesto, balance y estado de resultados. Las naciones somos nosotros, los que estamos adentro. No soy yo, ni vos, ni algunos, ni los otros, ni ellos, ni aquellos. Somos todos, pero todos juntos, no por separado.
Aquella entrevista la superé. También la siguiente. Y terminé bastante cerca de ser uno de los tres seleccionados. Pero no, finalmente quedé afuera.
Por lo pronto, pasa, la vida, y hay que seguir agarrados al número que nos toca. Mi duda, a veces, es si agarrarme más fuerte aún o simplemente soltarme, y ver que pasa.


viernes, 24 de febrero de 2012

El amor en tiempos de diarios.

Mudémonos juntos, – dijo ella – es sentido común. ¿Te das cuenta la plata que nos ahorraríamos? Viajes, Comidas. Pagaríamos un solo alquiler. Compraríamos un solo diario.
¿Y qué diario compraríamos?- preguntó, contagiado por una sonrisa.
¡Clarín! – respondió.
Se separaron, en ese mismo instante. A partir de ahí, se negaron, se ignoraron, se desconocieron, para siempre, por siempre.
El sentido común sirve para otras cosas. Es amor, o nada.


martes, 21 de febrero de 2012

Libre albedrío.

Yo me sentaba, triste, a pensar que había alguien que me estaba tratando de frenar. Como aquel ejercicio físico de fuerza, en el cual te agarran de la cintura, y uno tiene que forzar, intentar correr. Que cuando tenía que ser el momento, todo se desvanecía.
Cómo si me hubiese tomado un tiempo, en el pasado, para hundir la mano firme en la arena, y cerrarla. Tan fuerte que habría podido aprisionar la mayor cantidad que me hubiese sido posible. Y ahora, solo era un puñado pequeño, lo que apenas había podido conservar. Y yo miraba ese puño cerrado, sin poder determinar si mi pasado, era lo que había perdido o lo que quedaba ahí; encerrado entre mis dedos y mi palma. Desconociendo, si acaso mi futuro dependía de aquel puñado. O si podía dejarlo de lado, como otras cosas que he dejado, y hacer algo totalmente independiente. Sin conexión a lo que encierra mi puño con fuerza en este momento, aunque lo levantase alto, eclipsando el sol, y dejase a mis ojos un poco de oscuridad, y otro poco de luz, como para confundirme. Para seguir desconociendo si ese puño en alto significaba resistencia, o renuncia. Desconociendo, si debía, aún, apretar el puño, o simplemente abrirlo, para terminar esta historieta de seguir siendo un hombre con un puño en alto, y resignarme, simplemente, a sentarme. 
Porque uno se sienta, cuando las cosas andan; un poco mal, otro para atrás, y se acuerda de Dios, y le pregunta, y le habla. Como si Dios fuese la solución de los problemas. Pero en el fondo, uno termina dándole a Dios, un lugar culposo, de responsable. Y se compara, con otros, y siente que ellos van, andando de la mano de alguien que los ayuda.
Pienso. En algún punto, Dios nos ha de soltar la mano, debe ser cuando nos ve preparados, como para andar por ahí, solos, viendo que pasa.
¿O será que a Dios no le alcanzan las manos para agarrarnos a todos? ¿Será por eso que existe tanto Dios sobre esta tierra? ¿Será por eso, que los indios, o mejor dicho los hindúes, tienen a Visnú? Aquel dios que se separó en tres luego de crearlo todo, y que tiene cuatro manos.
Supongo que debe ser eso que le dicen libre albedrío. Supongo. Le preguntaría a Dios, pero intuyo que me responderá con una metáfora o silencio raro, que no me de certeza, ninguna, como siempre.

martes, 14 de febrero de 2012

Cosas que te hacen sonreir II.

La revista Periplo ha decidido editar un texto que escribí. :)
Si gustan, pueden entrar al link, bajarse la revista de Febrero y leerlo (página 79, particular). Periplo tiene una temática por volumen, en la edición de Febrero fue “números”.


También pueden ver y bajar los números anteriores. Está buena y sobretodo: está hecha con mucho esfuerzo y dedicación.
Este trapecista defiende todo impulso artístico, por lo tanto, no puede más que defender a Periplo, con todo el fervor y sentimiento de “hacer algo”. De eso se trata el arte, supongo.

Ahí, atrás del mercadito II.

Y yo sabía, en sus ojos, había dolor, pero también felicidad, como en el verde hay amarillo y hay azul. Podía darme cuenta, pero no podía verlos por separado. Había un color diferente, que no se les parecía, a pesar de estar formado por ellos.
Pensé en lo sublime, en lo que es tan bello que puede destruirte, que puede angustiarte. Pero tal vez, era solamente la forma de ver las cosas, pues estamos definidos por nuestras acciones. Somos lo que hacemos, lo que sentimos. Somos lo que vemos, lo que descubrimos. Somos a lo que le sonreímos, pero también lo que odiamos, detestamos.
Porque al fin y al cabo, tan duro parece, pero habrá algo de cierto en lo siguiente: nos sueltan, nos dejan en el mundo sin que  comprendamos con precisión los porques. Absurdo buscar las respuestas, porque ni siquiera hemos entendido las preguntas. Somos libres, en ese sentido al menos, para decidir.
Y ella contaba que desde que su marido se había muerto, había podido ordenar la casa. Que no me imaginaba lo que era antes. Aquel patio, que le servía ahora para mojarse con una manguera, que tenía plantas y una tortuga dando vueltas, era un chiquero, un verdadero almacén de basura. Que lo que no servía, lo que no sabía donde ponerse, iba al patio. Y la cocina: estaba toda envuelta en grasa, los azulejos. Y ella quería cambiarlos, pero no. Él siempre se negaba porque había que picar toda la pared. Y cuando él se fue, pudo hacer un revestimiento de madera, que dejó a la cocina, prácticamente nueva.
Y sonaba extraño, porque la casa, humilde y modesta, estaba en un estado correcto. Era una casa atendida.
Y ella seguía con su vaso, y dijo que nadie la quería. Pero se contradijo al instante, porque sus vecinos la querían. Incluso la semana pasada había estado en un casamiento de unos de ellos. Unos “gays”, y que a pesar de haber estado toda la noche atenta, no se había podido dar cuenta quien hacia de “él” y quien de “ella”. Pero que lo había pasado divino, y que ellos eran dos amores de personas. Y luego se le iluminó el rostro, como se le ilumina una habitación cuando el sol entra lento por una ventana y dijo:
-A mí me amaron. Nadie me amó como él. Mi marido. Todos lo días me lo decía. Te amo viejita. Siempre. Y él era maravilloso, siempre contento, siempre te hablaba despacio, lento. Nunca me levantó la voz. Nunca. Lo extraño.

domingo, 12 de febrero de 2012

Ahí, atrás del mercadito.

Ahí vive ella. Atrás del mercadito que atiende, en una esquina de Rosario. Cerca de una de esas calles con boulevard, tan típicas de los rosarinos.
Y levantaba el vaso corto de cerveza, casi caliente, en el patio de su casa. Y confesaba que cerraba el mercadito a las ocho y media y se sentaba ahí, y si hacía calor, se quedaba en corpiño y bombacha, a la ceguera de los vecinos o de quien pasará, y se tiraba agua con una manguera.
“C`est la vie” pensé, deseando poder decir más que una o dos frases en francés, sin que fuera demasiado triste, ni demasiado alegre. Seguí callado.
Seguía, con el vaso, se ría, me miraba, me hablaba, y me creía por callado: bien educado o corto de palabras. Hacía un chiste, largaba una puteada y contaba que se levantaba temprano para recibir las entregas; el pan, las facturas, los lácteos, y algo más, y ahí nomás abría.
En este barrio, decía, todos la conocen, y sabían, que de nueve a nueve y cuarto, había una pausa: diez minutos para desayunar y otros cinco para ir al baño.
Decía que lo único que tenía, eran ellos, sus vecinos, sus amigos, porque sus nietos y sus hijos no le llevaban el apunte. Porque ella, tan trabajadora de lunes a sábado, tenía la costumbre, indestructible, de no trabajar el domingo, de no abrir el mercado, pase lo que pase. El domingo no se vendía, nada. No se vendía una vela aunque se hubiese cortado la luz, ni yerba para algún uruguayo con síntomas de abstinencia. Y contaba que esos domingos, no la visitaban, ni sus nietos ni su hijo. El domingo se la pasaba entre vecinos. El único momentito que le dedicaba su hijo, era durante la semana, cuando le dejaba el pan, casi sin prestarle atención, como si fuera un cliente normal.
Siguió levantando el vaso, con la tranquilidad de quien tiene tiempo para beber, y contó, que la convencieron y la llevaron a una iglesia evangélica.
-Ayer fui a la iglesia, a la evangelista, con Susana, la vecina. Y lo escuchaba al pastor, y pensaba: ¡Cuánta razón tiene este hombre! Y dijo: “Hoy agarren a la persona que más quieran y denle un abrazo, y díganle: te doy un abrazo para alargarte la vida”. Y yo pensé, ese abrazo, se lo tengo que dar a mi hijo. A la mañana siguiente lo agarré, le abrí los brazos anchos, como para abrazarlo todo, y le dije: “Este abrazo que te voy a dar es para alargarte la vida, hijito”. Y él me miró, sin llevarme el apunte, y se dio vuelta y se fue, balbuceando algo mientras se bajaba la bragueta para entrar al baño. Y ahí nomás sentí la voz de otra persona que me dijo: “Dámelo a mi viejita, que a mi me hace falta”. Y le dí un abrazo enorme. Era el repartidor de gaseosas. 

lunes, 6 de febrero de 2012

Alicia y las nubes.

“A los que contemplan la luna,
las nubes a veces ofrecen una pausa”.
Matsuo Basho.
Mira Alicia, allá, alto y arriba, como se van deformando, de a poco. Es aleatorio. Un mar blanco, casi de leche, casi de espuma, que se mueve, en la tranquilidad.
Son frías, piensa Alicia, cuando debieran ser templadas. ¿Hará frío allá arriba? El calor trae alegría, recuerda haber escuchado; como si la felicidad dependiera del clima. ¿Qué le queda al frío? El frío debe ser algo más quieto. ¿O no? O tal vez, más sereno, más calmo.
Alicia las piensa frías, pero las piensa sin certezas, porque vale andar pensando en lo que uno no sabe. En lo que se desconoce totalmente, e imaginarlo, adivinarlo, con razonamientos entorpecidos de inocencia y trucos de libertad plena, que no obliguen a la mente a entender que uno más uno es dos sino a aceptar, sin más obligación que la de rendirse ante la belleza de las cosas, sin cuestionarse si el cielo es azul o celeste o el mar es verde o azul.
Y sabe Alicia, que si cuenta lo que imagina, puede pasar por tonta, o por viva. Y puede despertar risa, o indiferencia. Y vale la pena, por esa risa. Pero también, por la indeferencia, para saber que la próxima será mejor regalar un poco de silencio o hablar de lo que vio en la televisión la noche anterior.
Piensa Alicia en un pingüino, y en un panda. Un pingüino va de etiqueta. ¿Y el panda? No. Y tal vez, no tiene que ver con lo que otro podría ver: allá, alto y arriba. Pero piensa en lo blanco, y se da cuenta porque se deforma lo que imagina. Porque, un poco, ese mar blanco tiene forma de pingüino, y otro poco de panda, y otro poco de árbol coposo. Y le da la forma que quiere.
Alicia piensa, y dice, me dice, te dice, nos dice:
-Las nubes son el algodón de Dios.
El resto, va por cuenta de nuestra imaginación, pura o no.






PD: Las fotos son de los caminos de Jujuy y Salta. Argentina.

domingo, 5 de febrero de 2012

Caes.

Caes,
una y otra vez,
Caes despierta,
y caes dormida.

Te duermes entre tus aires de madera.
De madera de barcos que encallan.

Y son las olas que juegan,
Que llevan.
Que traen.
Pero no arrastran a los barcos.
Barcos cansados .

Y creo:
son las olas las que te dan movimiento.
Aunque estés quieta, se mudan las olas
Se mudan gota a gota
Mientras caes dormida y hundes barcos.

Hundes barcos con tus gotas de mirada.
A cuenta gotas miras, mientras te caes,

Despiertas casi dormida, y arrastras
Y arrastras los ojos como olas.

Dormida o despierta,
Eres ese pequeño círculo de belleza.

Sé que lo sabes,
y casi te ríes de eso…