No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



sábado, 21 de abril de 2012

Postludio a la canción de Alicia.

Cantan las ranas luego del agua y lo que le sorprende a la gente no es el canto de las ranas, digo, que las ranas canten, sino que lo hagan luego de la lluvia.
¿Quién no necesita de vez en cuando un temporal? Agua limpieza olvido recuerdo renovación encuentro cambio desorden orden transmutación sed.
Se fue la lluvia, y se va Alicia, a dar vueltas las tortugas que quedaron boca arriba, por más linda que sea, la lluvia siempre deja un desastre húmedo que hay que ordenar de alguna forma, en algún momento.
Canta Alicia: “Sobre la entrada de alerces, las huellas se marcan sin rumbo; es todo lo que necesito para seguir”.

lunes, 16 de abril de 2012

Canción de Alicia y la lluvia

pianissimo umido

Llueve que llueve. No hay nada malo en la lluvia. Lagrimitas del cielo. Lo malo es perdérsela, salir con un paraguas negro para cubrirse, sin la necesidad de ofrecerle a la lluvia un terreno cómodo como una madeja de pelos o un sweater.
Nadie pone atención a la cara de las nubes, cuando la lluvia cae sobre el piso. La lluvia necesita gente que la soporte. Una lluvia que cae sobre el piso es una lluvia que ha sido derrotada.
Lo mejor de la lluvia sucede cuando uno no anda preocupado por contar la cantidad de gotas, cuando no cae en reglas aburridas de analizar cuantas gotas son una lluvia. Cuando a uno ni se le cruza por la cabeza pensar que, por ejemplo, cien gotas no es una lluvia, pero basta con solo una gota adicional para que lo sea. Lo mejor sucede cuando, simplemente, uno se entrega a ella. Al mojar, mojarse, mojarnos, sin preocupar, preocuparse, preocuparnos por la posibilidad de resfrío o gripe. Lo que enferma no tiene que ver con la lluvia.
Lo mejor de la lluvia sucede cuando uno no intenta adivinar donde cae cada gota y la evade, todo lo contrario, sucede cuando uno se le anima a sentir la ropa pesada y estallar en risa cuando de pasada uno se observa en una vidriera y se ve despeinado. Cuando la lluvia desordena y desestructura los peinados coquetos que llevamos.
Lo mejor de la lluvia sucede cuando uno ya no recuerda las reglas para comportarse los días de lluvia, y se encuentra de golpe con las excepciones. Pero no aquellas vulgares, comunes, que confirman las reglas, sino las excepciones que las hacen dudar. Las excepciones que confunden a las reglas, las dejan patas para arriba, con un vacío existencial, y la certeza de deber reconfigurarse.
Y entre medio de tanta lluvia va Alicia, pensando   que no puede adivinar donde cae cada gota singular que analizadas en conjunto forman parte de la lluvia. Y lo más importante, es que no  relevante donde caen, sino formar parte del objetivo de la lluvia. Porque debe haber alguien que dirige las gotas. Un obrero obstinado, preciso y responsable que analiza donde descargar cada una de las gotas de lluvia.
Piensa Alicia: ¡Es lindo imaginar que detrás de lo aleatorio de las gotas, hay  alguien, tan vulgar y simple como uno, que establece donde debe caer cada gota!
Y si adivina el momento, Alicia se para, mira hacia el cielo, se acomoda el pelo, como puede, porque la lluvia achata los bucles, solo de momentos, para convertirlo luego en una madeja de rulos, de pelos apelmazados que se entrelazan y dan un volumen inesperado.
Y de repente, se le ha dado al cielo por resplandecer, por brillar alternativamente como preámbulo de un estruendo fuerte.
Y Alicia mira al cielo y sonríe, por las dudas. Porque piensa, que este terrible fogonazo no puede ser más que el mundo intentando sacar una fotografía. Y ella acepta salir despeinada y pero no con mala cara. Al fin y al cabo, una fotografía es la perpetuidad del presente. La unidad de tiempo más pequeña que existe.
La lluvia es para los que caminan sonriendo, aún sin paraguas, para los que cantan, cantan, cantan bajo ella, sin el miedo paralizante que las cuerdas vocales se humedezcan y se vuelvan una seda de silencio, un espasmo gutural sordo.
La lluvia es para Alicia.

domingo, 15 de abril de 2012

Preludio a la canción de Alicia y la lluvia.

Hay algo definitivamente malo en salir de tu casa con un paraguas sin lluvia. No puedo explicarlo con claridad. 
No quisiera limitarme a los casos de aquellos que creen en el pronóstico del tiempo como algo certero, ni a quienes son capaces de maldecir al Servicio Meteorológico Nacional ante la sucesión de pronósticos fallidos. A quienes entienden la Climatología como una ciencia que nos debe exactitud y certeza. Y aún así, no me permito bajo ningún motivo desconfiar, o creer que existen meteorólogos dispuestos a confundirnos, a tomarnos el pelo generando paranoia, decretando que estamos a minutos de una nevada feroz.
Sin demasiados fundamentos, me permito una ligera desconfianza hacia quienes planean sus días de acuerdo al pronóstico del tiempo. Hacia quienes no están dispuestos a salir a la calle, sin revisar y dar por cierto lo que la recopilación de datos establece como probabilidad. Incluso sin caer en la posibilidad de aquellos meteorólogos que, víctimas de un mal día, intentan burlarse de nosotros y enfurecernos de miedo ante la posibilidad de un granizo, una nevada o una tormenta eléctrica. Yo pienso que nos hace falta un temporal de cuando en cuando.
No emitiría opinión acerca de la incomodidad de andar cargando del brazo un paraguas de mango curvado en un transporte público, como si estuviésemos paseando a una dama del siglo pasado.
Los hombres con paraguas de mango curvado son misteriosos. Nunca se sabe bien, donde termina el hombre y donde empieza el paraguas. Y en el fondo, lo único que los obliga a cargar un paraguas es la necesidad de pasearse con un objeto fálico. La necesidad de una tercera pierna que les sirva de repuesto. Un hombre con paraguas, aumenta de estatura, casi tanto como uno con tiradores, o corbata, o un habano.
Quisiera evadir comentarios acerca de los que utilizan paraguas diminutos, que esconden entre caja toráxica y antebrazo. O de quienes utilizan paraguas de colores. No tengo opinión acerca de ellos. Tal vez lo hagan en un esfuerzo de colorear el mundo. Un hombre se define por su paraguas, o incluso por la falta del mismo.
Si fuese un poco más valiente, utilizaría un paraguas de un color bien chillón. Y en otra parte del mundo, cual espejo, alguien escribiría que desconfía de quien intenta corromper el orden del mundo utilizando un paraguas de color chillón. Porque es lógico que lo que me despierta antipatía o recelo sea defendido por otro. Será que el mundo funciona como espejo, y en algún lugar del mundo, tal vez en Asia, alguien escriba en contra de las pecas. Tal vez, nunca logremos ser, ni tan buenos, ni tan felices, ni tan malos, ni tan desgraciados. Vaya a saber uno, quizás este punto forma parte de algún contrato firmado por Dios y el Diablo.
Dentro de la complejidad de convenciones existentes, se dice que lo que en algunos lados es crisis, en otros es oportunidad. E incluso peor, que hay quienes generan crisis porque se ven beneficiados por esas circunstancias.
Entre la lluvia y el piso (en ese momento encuentro algo raro la frase “bajo la lluvia”) la mayoría somos paraguas. Somos la resistencia a la lluvia, peleando en forma abstraída uno del otro. Cada cual pelea con su paraguas, sin poner atención en el resto. Cada cual se arregla como puede. Un paraguas no se comparte, no al menos con un desconocido.
Así creemos, que esta pelea de paraguas contra la lluvia, en forma separada nos salva. Y lo extraño es que la lluvia se las arregla, se une al viento y cae desde arriba pero también de costado, inclinada, o incluso a veces de abajo.
A pesar de todo lo dicho, pienso que hay algo definitivamente malo en salir de tu casa con un paraguas sin lluvia, pero no puedo explicarlo con claridad.  

sábado, 14 de abril de 2012

Revista Periplo Abril.

La revista Periplo del mes de Abril se basa en lo "mínimo", pinchando en el enlace pueden leerla online


http://issuu.com/revistaperiplo/docs/abril_2012


Sino, desde el siguiente pueden leer la versión en PDF y bajársela a su disco.


http://www.revistaperiplo.com/numero%20XIV/ABRIL%202012b.pdf


Si buscan, encontrarán los dos textos que escribí especialmente para este número.

jueves, 12 de abril de 2012

Alicia y la luz.

La cuadra había pasado tres días sin luz.
Era tarde, muy tarde, pasada la medianoche y Alicia leía Verano y Humo de Tennesee Williams alumbrándose con una linterna. Y entre las voces de John y Alma, escuchó los gritos de alegría de sus vecinos.
-¡Volvió la luz!
Alicia se levantó y fue hasta la habitación de sus padres, encendió la luz y gritó con alegría.
-¡Volvió la luz!
Los padres se movieron lentamente, abrieron los ojos pegados de sueño y ante la luz eléctrica sonrieron.
-¡Ah! ¡Volvió la luz!...bueno…apagala y anda a dormir Alicia.
A veces el mundo no está dispuesto a festejar las pequeñas cosas.

miércoles, 11 de abril de 2012

Cosas de barrio II.

Alguna vez le conté a Gustavo acerca de Alberto y esta novedad que me salude con besos y abrazos. No porque me de asco o me ponga en una situación de sexualidad incomoda, sino porque me llama la atención. 
Él dice que cuando uno se pone grande acentúa lo que fue durante su vida. Qué si uno fue mala persona, de grande es peor y si era cariñoso, se pone más cariñoso.
Concha. A lo mejor nunca es tarde hasta que es, definitivamente tarde.

martes, 10 de abril de 2012

Cosas de barrio.

Al lado de casa, del lado izquierdo si es que uno se coloca de frente, hay tres casas, una detrás de la otra. Todavía me cuesta un poco decir quién vive en cada cual, pero después de pensar un poco lo logró.
En la que está al frente, vive Esther, una señora grande que enviudó hace diez años. Su esposo tenía un Dodge 1500 muy bien plantado que desapareció de un día para el otro. Supongo que fue vendido como primera decisión de su viudez. La segunda, fue colocar rejas.
En la última casa vivía un matrimonio con sus dos hijos. Hoy, solo sobrevive la mujer. Su esposo murió, y sus hijos se fueron cuando se casaron. Los veo poco, pero los sigo reconociendo a pesar de que el tiempo los puso más gordos y calvos.
En la casa del medio, vive un viejito simpático. Solía salir a andar en bicicleta, creo. A veces, lo veía cuando se subía al techo para arreglar la antena.
Ahora que la rutina me obliga a estar más por casa en horarios convencionales, me suelo cruzar al viejito. Ya no anda en bicicleta, pero a la tarde sale a la puerta, y habla con Esther reja mediante.
Por alguna razón, desde hace unas semanas, cada vez que me ve; abre los brazos, me abraza y me besa como si fuese su nieto, o su hijo. Habló de abrazos pegajosos que duran más segundos de lo indica alguna regla tácita de saludos entre personas que casi se desconocen. Y besos con pellizcos en la mejilla, como se le darían a un nene de cuatro o cinco años, no a un tipo de barba que ya pasó los treinta.
El sábado me lo cruce nuevamente.
-Hoy te vi cuando le llevabas la comida a tu mamá.
Me quedé pensando. Hacía unas horas había hecho asado. Supuse que me vio desde el techo llevando la bandeja.
-Y sí. A veces me toca.-respondí.
-Je. Sí, te ví que le llevabas el tenedor con un pedacito de carne.
La ley del asador, indica que esté tiene derecho a cortar pedacitos de carne para ir probándolos. Me acordé que corté un pedacito y se lo llevé a mi mamá que estaba esperando sentada en el patio.
-Con esas cosas te la metés en el bolsillo. Con una manito en el hombro y un beso, los viejos somos felices.
Unas horas más tarde, me enteré que se llama Alberto y es viudo.