No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



martes, 24 de diciembre de 2013

Inventario.

Exilio
a Raúl Gustavo Aguirre
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
A.Pizarnik. 

Un espacio sin objetos, un espacio que intuye oscuridad, negrura. Un limbo, un lugar que no es el cielo, que no es el infierno, que no es la Tierra, donde no hay leyes claras, donde lo que sucede; sucede porque es instantáneo, sin más explicaciones.
Tres mujeres que no son tres, sino que son una más dos, se miran, se debaten entre sí, se balancean, intentan una coreografía muda. Una mujer que es la suma de otras dos que se disponen, que luchan en un espacio absurdo para decidir quién es quién y cómo se debe ser.
Hay un equilibrio, un orden, hasta que la mujer 1 decide romperlo.  

Mujer 1: A veces me da por llorar, y lloro, mucho, demasiado. Como una boba, sin saber por qué. Tengo miedo de morirme, con el alma vieja y el cuerpo joven. O al revés. No sé. Me da tanta tristeza, que me caigo. (Se cae).
Mujer 2: (Se acerca). Una mujer es, entonces: un trapo de piso. Algo que limpia, que se la pasa por es suelo.
Mujer 3: (Rompiendo el cuadro se acerca a la mujer 1): Que usted se enamorase, no impidió que el mundo siguiese girando. No impidió ninguna guerra, al contrario. Aún hay muertes, hambre, soledades, angustias. Incluso, algunas causadas por algo parecido a lo que siente. Amor que no detiene al mundo. En cambio, el mundo, sí, el mundo, a veces detiene al amor. En algún lugar, lleno de incomodidades, de cosas absurdas, pero también, en un lugar naif, cursi; hermoso.
Mujer 2: Cursi…para mí es una localidad de Italia. Debe quedar como en el taco de la bota.
Mujer 3: ¡Bota de mujer! De pierna de mujer. Cursi, ¡Ha de ser un lugar hermoso! Un lugar donde el amor se regala, ¡se da! En estos sitios, en estas ciudades esclavas de cemento y petróleo, el amor, en lugar de darse, se exige.
Mujer 1: Hermoso era Felipe. (Intenta incorporarse).
Mujer 2: (A mujer 3, con decisión): Hay en el mundo, un grupo obstinado de comedores de perdices. ¡Los perseguiremos! Los odiamos. La felicidad, un día, va a mostrarse como lo que realmente es: “la nada”.
Mujer 3: ¿Perdices? Deben ser como una semillitas pequeñas. Claro, con lo carnívora que somos; olvídate. Me encanta la carne, ¡placer divino! ¡Placer, casi caníbal! Despertarme en el ombligo de un hombre, con la pulsión por ella, por la presa de todas las presas. Llenarme lentamente la boca de sangre.
Mujer 1: ¿Pulsión? Acto pasivo. Hay que habitar otros lugares: mirar, tocar, mostrar. El aprendizaje consiste en aquellos actos, los elementos activos.
Mujer 2: Enfocar la energía sexual hacia el autodescubrimiento, ¿no sé si usted me entiende? El conocimiento de la realidad.
Mujer 3: Claro, realidad: el asesino de gatos. La curiosidad sexual es netamente humana, condición femenina.
Mujer 1: Pero la curiosidad mató al gato.
Mujer 2: Pero al menos el gato murió sabiendo.
Mujer 1 se deja caer, se deja vencer por las palabras. La mujer 2 intenta pisarla, no dejarla levantar.
Mujer 2: Parece que hoy también vas a tomar vino con llanto.
Mujer 1: Lo prefiero…con soda…
Mujer 3: Un susto y un hielo. Pobre, dejala, ¿sabés que a veces se compra flores e  imagina que se las mandaron? La he visto, la he oído, llama por teléfono a las florerías y pone otra voz, finge la voz de hombre, ronca y tose como un fumador de cigarros negros y pide que le envíen una docena de rosas.
Mujer 2: ¡Pobre idiota! Es débil, la convencen con una imitación de rosa.
Mujer 3: La he visto jugar con margaritas, las trata con tan poco cariño que las desarma. ¡Ay, de ella! Las flores se desarman si las tratás sin cuidado.
Mujer 2: Te tenés que querer un poco vos, no alcanza con que te queramos nosotras. (Finalmente la deja escaparse).
La mujer 2 le trae una silla, y la invita a sentarse.
Mujer 1: A veces siento que está silla no me pertenece. Pienso: “Mi culo no es digno de este asiento”.
Mujer 3: La dignidad es un asunto de dos o más cosas, pero pierda cuidado, no la someteremos al juicio de tratar de comprender si su culo merece un asiento más digno, o si es el asiento, quién merece un mejor culo.
Mujer 2: No hay con qué darle (a la mujer 2), entre los ciegos el tuerto es rey, pero también es poseedor de una virtud inútil. ¿Para qué se quiere un ojo, si no puede encontrar la forma de compartir lo visto? Deslumbrarse con lo que se puede observar del mundo, todo para descubrirse tan solo.
Mujer 1: ¡Con palabras! ¡Idiota!
Mujer 2: Las palabras se las lleva el viento, y es el viento mismo, caprichoso y fuerte, quien se encarga de darle orden y sentido. (La mujer 3 acota: ya se lo hemos dicho anteriormente). Lo importante son los actos.
Mujer 3: Y lo escrito, porque lo escrito permanece.
Mujer 2: La virtud no habita la posesión. La palabra es un soga que nos enreda; acéptelo.
La mujer 2 toma una soga y con ayuda de la mujer 3 comienza a pasarla entre la mujer 1 que permanece sentada, tratando de seguir el ritmo de las palabras.
Mujer 1: Pero, es que somos una coraza…un envase…particularmente bello si se tiene la fortuna…pero lo importante…
Mujer 2: (Interrumpiendo). Ni lo intente. Por dentro son horribles, todos y cada uno de ellos, lleno de órganos babosos, desagradables al tacto y a la vista, plagado de colores rojizos, azulados blancos (con asco). Aunque funcionales. Por eso es que la mente, y todo aquello sobre lo que quiere hacernos debatir; sigue los lineamientos de lo que ve.
Mujer 3: El cuerpo humano es una máquina fascinante.
Mujer 1: Pero es que es un pasaporte, es el negro y el blanco juntos, pero separados. Lo amo, y lo odio, que es lo mismo, pero aún con más intensidad.
Mujer 2: No entiendo.
Mujer 1: Hablo de un amor perro: Baboso, peludo, con el hocico negro y húmedo. Amor que muerde las tapas de las biromes y mis zapatitos de mujer. Amor que despedaza las tapas de los diarios que quisimos leer para comprender la realidad. Porque hablo de un amor sin realidad, amor de locos, un amor que se viste con camisas de fuerzas y se aprieta las tiras. Un amor loco, y por loco, libre.
Mujer 3: (Un tanto conmovida). Locura y libertad que creemos sinónimos.
Mujer 2: ¡Basta! ¿Hablás de algo sucio? ¿Algo pornográfico? ¿Con muchas poses, con consoladores, con cuero, látigos, aceites?
Mujer 1: No, amor que es limpio, sea como sea, por naturaleza. Porque ella es limpia. Un árbol veteado de tierra, telarañas y rastros de alas de mariposas es natural, no es sucio. En cambio, un auto dominado de cenizas y polvillo, eso sí; es suciedad.
Mujer 2: No hay caso, Dios nos da todo pero siempre falla en algo, mirala, le hace falta más teta.
Mujer 3: ¿Cantidad?
Mujer 2: No, volumen. Debería operarse.
Mujer 1: Me gustaría tener un poco más. Pero me da miedo. No, perdón, no es miedo, quiero que sea algo natural. No quiero levantarme un día y ser tetona, rebalsar el corpiño de golpe. ¿No habrá alguna posibilidad de que vayan creciendo de a poco? Estaba pensando, ¿si se lo pido al gauchito Gil?
Mujer 2: ¡Pedir! Mujer, un inventario de pedidos sordos… 
Mujer 1: Una mujer, alma que no decide, entre tragedia y comedia. Soy comedia, también cuando lloró, cuando la risa besa las amapolas que amé, los labios que rocé. La tragedia que construí como una tonta, cuando me desboqué las trenzas como una nena enamorada sin prever lo que vendría luego, ni comprender lo que realmente estaba sucediendo. El miedo que paraliza los músculos ante una caja inédita, rellena de fantasmas del pasado. ¿Quién te ha puesto dentro, alma mía? ¿Quién ha intentado no perecer entre las flores del entierro y el sulfuro, y el azufre?

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La vecinita - Ataraxia. Revista Periplo

Árbol viejo cae, hace trizas la medianera.
Mi cabeza; hervidero de palabras puñeteras. Bronca que fecunda perros rabiosos. Muevo los brazos como si fuese a detener un avión. Me hundo los dientes en el índice, parezco un italiano mafioso escapado de una película de Hollywood.
Mi vecinita, cabeza rapada, paz guardada en los bolsillos, una figura que camina o flota sobre los escombros, me mira y sonríe.
«Siempre que uno se enoja, es con uno mismo».
Es de noche y le brillan los ojos, como un poema de Girondo o las palabras de Jeanette diciéndome si puedo abrazarla.
Entonces un rallentando, aquella figura copiada de un cuadro de Goya se convierte en mi madre que viene a contarme que de pequeño quería ser recolector de basura, y el ruido de las bocinas de los autos se armonizan y parecen musiquita de jazz.
De a poco todo es una calma que me desata las zapatillas para caminar descalzo en un pasto acolchonado. La tierra y las ramitas me besan los dedos de los pies.

Me siento y escribo, como nunca.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Soneto.

Tu tumba no dirá nada de hechizos
de los que echan tus ojos o tu mano.
No dirá quince promesas en vano,
ni que mi piel se disfraza de erizo.

Ni robando besos soy un villano,
ni recordando lo que el rey quizo;
me convierto en loco o en esquizo,
o en amante de lo cotideano.

La sombra te nombra y es tu esclava,
como un cuento o una oración pagana,
como un fuego o un volcán con lava.

Cuento los cuentos que me da la gana.
El aire me quema y el agua me lava,
tu boca, es el remedio que me sana.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Una de cieguitos...

Me miro al espejo. Tengo los ojos deformados, el párpado derecho está hinchado y parece un poco más cerrado. ¿Solo una percepción mía? ¿Solo yo puedo verlo? ¿El resto de la gente, (vulgar, común, repetida, usada, copia gastada) no lo puede ver? Dudo, entonces, lo dudo. 
Lo que veo. La realidad. Veo la realidad. La realidad que veo. Solo lo que veo. Lo que veo solo, solamente. ¿Cuál es la realidad de los ciegos entonces? No ver. Nada que ver. Entonces todo es lo que pasa por las manos, porque ser ciego no puede ser no ver, tiene que ser ver con las manos.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Cosas que pasan cuando hay que elegir.

Sale el tipo del cuarto oscuro y lo mira al presidente...no dice nada...se miran...
-¿Pasa algo?
El tipo lo sigue mirando y le dice:
-No me gusta ninguno de los que están en las boletas....
El presidente lo mira...
-Si quiere puede votar en blanco...
El tipo piensa. Entra al cuarto oscuro y después sale con el sobre cerrado. Lo tira en la urna y se va.

domingo, 20 de octubre de 2013

Llantario.

llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. ..
FGL.

Goyo, goyito, pretendiendo catarsis. Jugando a unir las puntitas de la soga para ver si hay algo atado. La diferencia entre avanzar y quedarse quieto es el llanto, el espasmo íntimo, anidar los bronquios con whisky, pena pasada.
Hablar en castellanto, mezclar las palabras con mocos y lágrimas, limpiar los amores con pañuelos babosos, usados y viejos. Empastar los recuerdos, ¡pulirlos con pañuelos y llanto! Limpiar los amores con obsesión psicológica, psicosomática, pensarlos, recorrerlos. Gastarlos, hasta dejarlo brillante,  Goyo; casi como sin uso. Amor envuelto en celofán, amor nuevo, regalado, pulido a lágrima seca. Amor que se esconde en los cuadros de Goya, en las canciones de Jaques Brell, en las letras Gelman, en Gelman.
Igual Goyo, cuando llorás lo hacés ver todo tan pornográfico, tan condicional, tan perverso, unís las historietas con un antojo, por qué la libertad. Pero la libertad debe ser otra cosa, algo más amplio y más limpio, más lindo, más sano, menos mental, más de pecho. Algo parecido a la voz de los bajos de ópera. Pero no, ellas; las mezzo-sopranas mezquinas, absurdas, perversas, te cambian el cuentito.
Goyo, mirás el libro pensando que la tenés clara, que descubriste la trampita, como si todos los libros fueran el libro. Todos los libros; el libro: el mismo. El conflicto, los personajes, siempre la mismo, la misma historieta. Todas las tetas; la teta. Todos los pañuelos; el pañuelo. El pulso herido. 
Lo malo de todo es que se desarma, se rompe, se sangra, te estalla las manos. Y luego todo entero es una sucesión de fragmentos vagos, de recuerdos empecinados en unirse, en montarse al presente, para decirte que estás haciendo lo mismo de siempre.
Caminar Buenos Aires, caminar la vereda toda entera, recorrer las plazas con pañuelos vírgenes, sentarse en plaza Francia y dedicarse a la impunidad. Porque los que lloran son impunes, desvergonzados, pornográficos, quiebran la realidad; la doblan y rompen. Pero Buenos Aires, también tiene que ser otra cosa, una marquita en el corazón, como si fuese una grieta en un tanque de agua, que se extiende, se expande hasta que todo se rompe. Y todo cambia, y es tan distinto, y Goyo te quedás armando. Pensando en la sombra Pizarnik, en las letras de Girondo, en Girondo, en los poemas de las paredes, en Floreal Ruiz. En la voz de Edmundo Rivero, en la milonga. En la melanco.
Melanco, melanco Goyeneche. Enfermo de la nostálgica, un desconfiando en los nombres, mezclándolos. Confundiendo a todas, a tontas y locas, a cuerdas y desatadas, a las perras costumbres, a  los vasos y las botellas. Don Edmundo te pega al pecho una patada de tango, y el resto es puro whisky malo con dos hielitos.
Goyo, goyito, en la puertita del bar de siempre, pretendiendo entrar. Misma puerta, mismo bar, mismo todo. ¿Qué te pasa? Buenos Aires se llama así, nombre de mujer, pero también mujer sin nombre, mujer anónima. No te cuestan los sustantivos propios, lo que te cuesta es despegarlo de la imagen que generás, que te creas a partir de esa imagen (un irónico goyo; cómo si  hubiese otra forma de crear que no fuese con imágenes unidas por hilitos). Esto es así, aquella piensa de esta forma, tienes los labios así, ella es...como si ser fuesen convertirse en una carpeta que se guarda en un fichero. 
El resto es catarsis, escribir. Morir escribiendo, porque sos la sombra, el pulso herido, lo diferente. Hay que ser diferente, distinto, especial, para llorar así, para llorarle a la luna o cantarle, escaparle a lo marimé. Goyo gitanito, romani, rom: huir siempre huir, pensando en la palabra y su peor sombra: la oración. En sus hijas violadas, en las poesías, los versos malditos. Porque alma vagabunda, gitano prestado, corazón nómade, vos no escribís, lo que hacés vos es peor que tanta literatura, lo que hacés es poner ritmo y melodía a las imágenes, a las putas sensaciones, al jazz prohibido, al flamenco malentonado.
Y todo sucede, y es Buenos Aires la que vuelve, la que nunca se va, la que también pasa, la que te encierra, la que te hace tan catárquico. Visceral Goyo, emotivo, equivocado, el visitante, el que pierde. Eso también es Buenos Aires, una pisada en el medio de un camino, una músiquita de jazz de New Orleans, la no-identidad, el imperio mezquino, lo impersonal.
Lo que resta es la puta mística, las putas letras reordenándose, mintiéndote que nunca van a ser más de lo que te parece. Pasar las horas putas, pensando, pensando, pensando; sufriendo porque no aparecen: las imágenes, las letras, las oraciones, las historias. Y todo pasa, excepto lo que tiene que pasar.
Y lo terrible, Goyo, lo innegable, lo que sucede, es esa sucesión de angustia contra la almohada, de arrugarla y romperla, humedecerla de llanto, sin saber con precisión a quién dedicarle ese llantario…

jueves, 3 de octubre de 2013

Palabra al viento.

Viento...
Ruido a viento
Tenés que aceptarlo.
Tenés que aceptarlo como es. 
Tal cual es.
Con sus defectos.
Con sus virtudes.
Imposible discutir con el viento.
Muy difícil, no te escucha.
Aparte el viento se lleva las palabras.
¿Dónde se las lleva?
Para allá, ¿ves?
Para allá…qué lejos…ni se escuchan desde acá.
Pero, ojo, ojito, prestá atención dónde el viento se lleva las palabras, 
mirá adónde, 
porque seguro que las tenés que volver a usar.
Volver a buscar esas palabras...
Al pedo tragarse las palabras.
Indigestión de consonantes.
Ni imaginar el ruido que hacen las tripas digiriendo las vocales…
Todo lo que se traga, termina en el inodoro…
Lógico, uno se caga en las palabras.
O lo que quiere decir es pura mierda.
Qué escatológico Licenciado.

Gracias Licenciado. 
Lo veo: un escopetazo de palabras de mierda en el inodoro.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Las palabras.

Escribir en castellanto, mezclar las palabras con mocos y lágrimas, limpiarlas con pañuelos babosos, usados y viejos. Empastarlas con recuerdos e imágenes descartables. Descartarlas con dolor y trampa; enterrarlas. ¡Pulirlas con pañuelos y llanto! Con obsesión psicológica, psicosomática, pensarlas, recorrerlas. Gastarlas, hasta dejarlas brillantes, casi sin uso. Envolverlas en celofán. Palabras nuevas, regaladas, recorridas a lágrima seca, revueltas en whisky. Escondidas en los cuadros de Goya, en las canciones de Jaques Brell, en las letras Gelman, en Gelman, en las metáforas de Cortázar, en Rayuela, en los celestes, en las pecas, en la Sonrisa. En todo; están ellas; las asesinas, las perras negras, las que siempre pierden…las palabras.

domingo, 15 de septiembre de 2013

París.

Ver París, 
después morir...
Pero morir de amor, 
y renacer, 
Para què morir
si no es para renacer en esto
Mounstruo nuevo, raro
Cuatro manos y dos bocas

Ver París,
Tocar tu boca, 
Ser París, 
Tus celestes.
 
Comer amor, vivir empalagado
Comer París, 
deformarnos en francés
desafiar a los franceses 
a cambiar el gentilicio 
de los besos que inventaron.

La Rue que me olvidé
el barrio latino,
la torre infiel...

Todo tan quieto...
todo entero...
que parece un recuerdo.



lunes, 9 de septiembre de 2013

Inventario de dos, tres o más cosas. (Las bolitas).

De chiquito tenía una colección de bolitas de cristal. Ojo, yo no jugaba a las bolitas, no, porque yo tuve una infancia triste, muy triste, yo me dedicaba a otras cosas: Mirar la luna, juntar hormigas, vaquitas de San Antonio, mirar flores. 
De chico quería ser floricultor, miraba las flores, las estudiaba. Por ejemplo; la margarita, la vulgar y simple margarita. Hay un montón de variedades de aquello que llamamos margarita: Leucanthemum vulgare; Anacyclus radiatus; Anthemis tinctoria; Bellis perennis; Bellis annua; Bellis sylvestris; Chrysanthemum frutescens; Chrysanthemum leucanthemum; Anacyclus clavatus; Anthemis arvensis; Calendula officinalis; Argyranthemum frutescens.
¿Por qué a las flores les ponen nombres tan raros? No lo sé, pero a la larga sucede lo mismo que con cualquier otra cosa, a la larga sobreviene la simplificación. Primero, hay alguien que le da nombre a las cosas, un nombre justo, exacto, con fundamento, con un sentido. Es ordenado, disciplinado para ordenar las letras, generando una coherencia única, y después: después viene el resto de la gente para arruinarlo todo, con su costumbre de ponerle un nombre nuevo a las cosas, desfigurando todo, dándole una forma nueva, más aburrida, más vulgar. ¿Quién habrá sido el que le dio nombre a las cosas?  Esos nombres nuevos. ¿Quién? Como si todo necesitara un nombre.
¡Yo de chico tenía una colección de canicas, de bolitas de cristal, de colores diversos y distintos tamaños! Era hermoso verlas todas juntas, pero la belleza también estaba en poder mirarlas por separado, una por una, ver como de a poco se sumaban. Les ponía nombres.  Imaginaba que eran mis amigos, era tan solitario de chico. Qué infancia fea, en cambio ellas: eran hermosas, las tenía contadas, una por una. Llegué a tener ciento cuarenta y ocho bolitas, podría haber tenido más, pero ¿para qué? Estaba a punto de empezar a repetir nombres.
Mi primer bolita se llamaba Laura. No era la más linda, pero era la primera. La primera siempre es la más importante. Uno no se da cuenta de la nostalgia hasta que empieza a pensar, a recordar. La nostalgia es asunto de cosas que uno quiere y luego pierde, como si fuese un inventario de dos, tres, o más cosas; cosas que uno atesora. Un día las estaba contando, haciendo el inventario, y conté ciento cuarenta y siete. Me faltaba una, me faltaba Laura, porque el resto estaban todos: Sonia, Mariana, Jimena, Marina, Luciana, Soledad, Melisa, Flavia. Pero faltaba una, faltaba Laura. La busqué por todos pero nunca apareció. Nunca volvió a aparecer. ¿Entonces? ¿Para qué? ¿Para qué quería una colección? Para qué, si me faltaba la parte más importante, me faltaba la primera. No las quise tener más. De a poco se fueron desparramando, perdiendo. Hasta que quedaron poquitas: seis o siete, las miré y no las pude reconocer, no pude acordarme de los nombres…

A lo mejor la vida es la posibilidad de concatenar cosas, de alimentar inventarios. Sumar de a poco, al ritmo que se puede, establecer un orden, prioridades, mirarlas, contarlas, contemplarlas, comparar. Pero, ¿quién le da nombre a esas cosas? ¿Quién las ordena? ¿Quién dice primero ésta y luego aquella? ¿Quién las etiquetas? ¿Quién dice: esta sí, esta no?
Somos prisioneros de una dama caprichosa; la memoria. 

miércoles, 28 de agosto de 2013

No lo hacen.

No te advierten ellos
de las tripas hervidas
de la sangre caída
No te comunican 
que duele como comer clavos
o tener el alma fría.
No te comentan 
que vestido
te duele la ropa
y desnudo, 
te duele el cuerpo.
No te dicen,
que es desgarrador
alucinógeno
que es torpemente doloroso
No lo hacen,
ninguno de ellos.
Será que no lo saben.

domingo, 25 de agosto de 2013

Para mí.

Esta vez soy yo quien escribe, definitivamente. Me escribo a mí mismo, para mí. Lo único que no tengo claro es para cuándo. No sé en qué tiempo verbal escribirme. ¿Pasado? ¿Futuro? ¿Presente? ¿Cuándo escribí esto? ¿Cuándo lo escribo?
Me gusta leerme. La oración correcta sería: “Me gusta leerme pero…”. El “pero” es porque cada día me descubro más errores, problemas de palabras que resolvería de otra forma, pero me gusta, lo disfruto.
Siempre lloro un poco cuando lo hago, mientras más atrás me voy, más lloró. Nada escandaloso, nada que no pueda disimular rápidamente, es algo de pura sensiblería onanista. Porque lloro raro, como un egoísta. Nunca lloré ninguna muerte y dudo que lo haga. Lloró en el teatro, lloro en la tele, lloro con los libros, cosas que se ven desde el otro lado. Claro, soy raro, era raro, seré raro, lo acepté hace tiempo.
No escribo lo que quiero, escribo lo que siento, siento lo que escribo y desde un lugar muy propio. Primero siento, luego escribo; siempre. No es azaroso. Lo siento, no sé muy bien dónde, sé que hay algo que se ordena en algún lugar y lo único que tengo que hacer es buscar el momento para sentarme y traducirlo. Traducir esas cosas extrañas, esos sentimientos en palabras. Esas imágenes pornosensosiales, deformes, cuadros salvajes, dulzores, olores, sabores. Por eso me cuesta escribir cuentos, me quedo detenido en el detalle pelotudo; en los labios, en los ojos. Por eso y por cagón.  
(Me miro un poco las manos antes de escribir esto). Estoy enamorado. Sí. No tengo muchos reproches para hacerme. Lo escribo; punto. El resto es Facebook. ¿Lo estaré cuando lea esto? ¿De quién? Mierda.
Tiene los ojos celestes. Y me di cuenta con ella. El color de los ojos es una mentira. Como mínimo, los ojos son de dos colores, y creo que me quedo corto. Ella tiene los ojos celestes, azules, azules oscuros, azul Francia, negros, blancos, amarillos, verdes. Resumen total: son dos celestes que me dan ganas de hablar en francés sin ni siquiera saber como ubicar la lengua para decir mercy.
Día raro, presiento que todo se va a ir al carajo, pero no me preocupa demasiado. Puse unos temas de los redondos. Hace mucho que no los escucho. Hermosa nostalgia. Terminó sintiendo lo mismo que en aquellos días que gastaba(mos) los discos. –Se puede- pienso. Se puede mantener la pasión, la sorpresa. Sentir lo mismo después de mucho tiempo. Se me eriza la piel, es algo en un lado que no puedo precisar, porque es demasiado amplio, como si fuese en todo el cuerpo. No entiendo las letras, nunca las entendí, como tampoco entiendo un montón de cosas, pero no me importa entenderlas para disfrutarlas. Me importa eso, disfrutarlas, vivirlas.
Se me humedecen demasiado los ojos. Sí, es una timidez de llanto. Es linda esta mierda que pasa. Me viene esa sensación de qué voy a escribir algo, me miro las manos, estoy estúpidamente feliz, a pesar de todo.  
Hoy el amor es eso, es el miedo de no poder mantener en el tiempo lo mismo que el primer momento, el primer beso, lo lindo, lo suave, lo enorme. Es amarrarse a eso con un miedo terrible, uno que te paraliza y te despega los arreglos de las muelas.
Las cosas son raras. El amor no debe ser eso, lo sé, seguramente. Pero tampoco es lo otro, tampoco es eso que veo en muchos lados. No es no estar solo, ni un plato de fideos recalentado, ni elegirse, ni usar anillos.
Seguramente lo mejor esté entre medio de estas dos puntas; tan aburrida una y tan peligrosa la otra.
Tengo la sensación de llevar encima demasiadas cosas, sentir que todo se va a ir carajo, que se me doble el estómago por el amor, sentir que habrá que intentarlo nuevamente en breve; y sin embargo; eso lindo y hermoso de sentir…sentir…sentir…no puedo dejarlo pasar.
Para mí escribir es eso; es sentir. No puedo escribir sin sentir. Entonces; está bien. Vale, vale la pena.

jueves, 8 de agosto de 2013

Excusario.

                                                                                 a la chinita portadora de pecas.
¿A qué estás jugando? Digo, tomás un poquito de esto, otro poquito de aquello, pero resumen; te quedás con nada, apenas con un fragmentito de algo que parece enorme pero no lo podés tomar, digo tomar: sentirlo entre las manos, sentir que te las ensucia como te ensucia el barro. Tan existencialista Goyo, si no ensucia, no vive. Siempre es más fácil sentir la suciedad y luego creerla.
Polvo pensamiento, pensamiento que se esparce, ¿dónde pusiste el recuerdo? El recuerdito, la guitarra, el ropero, secarte los labios antes de romper el beso, el jarrón que juntó agua de lluvia. Todo vacío, todo con una fragilidad absurda que no la tocás por-miedo-a-que-lo-pase-sea peor. En resumen; el miedo es a que pase, a que pase algo, pero el peor miedo, el miedo que habita salones de fiesta y toma sangre, es el miedo a que no esté pasando lo que pasa. Miedo vampiro, miedo caníbal. Las ilusiones, escuchar  ruido donde duerme el silencio.
Goyo intuyendo no poseer la capacidad de poseer, lo que le daría coherencia. No poseer, no habitar. Entrar a los salones de baile por la ventana, gemir en los velorios, saltar en los juegos de jardín, evitar las líneas de las baldosas e irse, siempre irse, por donde llegaste. Los proverbios chinos, los libros de Cortázar, las perras negras, los poemas de Girondo, la mierda de Sartre y el delirio de creer-que-estás-haciendo-algo-enorme. O algo lindo, algo que brille por su propia identidad.
El problema, mi querido Goyo, son los inventarios, esos bestiarios de números sucios que a menudo intentan reconfigurarte, reconstruirte, descubrirte. Mi querido Goyo, el uno, dos, tres. Las cuentas del collar. El orden inalterable de lo que cede, precede y prosigue.
No hay con qué darle, sos un animalito de carga, un listado aburrido de derrotas que parecen triunfos y triunfos que acaban por cansarte, por derrotarte. El olor a vino barato, el tabaco metiéndose por los poros. Goyo cagón, miedoso, estatua en mitad de un patio del que siempre querés escaparte. Los restos de vaso en el medio del fernet, la espuma convulsionándote los ojos. Pispeas el reloj por el rabillo del ojo, mientras conjeturas, mientras se te hacen trizas los planes, pensás en lo que dura la primavera, en lo que gime violento.
Verdad parcial, estás en el medio de algo enorme, te lo concedo, alfil alegre del tablerito en el que te pensás. Problema menor: pensar que estás jugando. Problema mayor: Jugar pensando. Lo que te importa es que jugás a pensar. Pensamiento húmedo, pensamiento corrupto. La trama, la madeja de lana, la habitación, los discos de Miles Davis, la música de Charlie Parker, las botellas semivacías que nunca vas a probar.
Verdad total: Goyo, te estás mintiendo. No hay tablero, ni nada. Hacete cargo, hacete hombre. Hay un vasito de JB con hielitos fantasmas, a punto de desaparecer. Y lo grave viene luego: la panza arrastrada, el nudo sin punta, nudo del cual no sabés de dónde tirar.
Porque había: un sillón que no era tu sillón, un vaso de fernet con espuma blanca como espuma de mar, un Gitanes que no acababa nunca (y era Gitanes para pensarte francesito, apuesto y encarador, dispuesto y amante), una mujer diamante, dos ojos dagas celestes, un escote paraíso rebelde y todo eso no te pertenecía. Una habitación enorme, un cuadro a lo Van Gogh, la marihuana en un frasco de mermelada, papel de armar, libros fríos, y nada era tuyo.
La guitarrita Goyo. Cantate una. Cantate mil. Catador de ritmos, errante de melodía. Cuidado Goyo, todo lo que cantes puede ser usado en tu contra, se te mete en la cabeza, como un cuchillo maldito, de filo mordido. Ellas afilan sus cuchillos en tu cabeza, lo quieras o no, lo elijas o no. Te hagás el zonzo, o te creas el piola. Goyo, Goyito, la noche siempre es una mentira linda de la que sos libre de definir como se te venga en mente.
Goyo, no se elige estar del lado de la pared o del cordón, ni se elige el tamaño del paraguas. Y lo que muchos viven porque se han decidido a vivirlo; no resulta con vos. No resulta con las cuerdas, hilos malditos, con los que enredas las imágenes, con las que tratás de armar luego lo que pasó, cuando la espuma baja, y los pulmones se llenan de esputo.
Acción Goyo, acción, la dialéctica del espacio sin espacio para dialéctica. Tu confusión, la mugre que se te mete entre los dientes, sangre sucia. Y es tarde, casi tan tarde que te arden las manitos y casi que hablás como un nene que acaba de terminar de llorarle a la madre porque no quiere sopa.
La guitarrita Goyo, ¿qué pasó? El miedo en la flor que te nace en el pecho. Verdad subjetiva: sos un valiente, un arriesgado, un temerario que sabe que en cualquier momento todo se va a demonio, un trapecista que mira para abajo en mitad de un camino de cuerda. Los libros de teatro, las dramaturgias vivas, conflicto, imágenes, acciones. Pensá imágenes que te lleven a acciones.
Goyo enamorado, equivocado. Error y reacción, sensación y consecuencia. Una mujercita acostada, que se tapa las orejas, que se dibuja entre pecas y lunares. Y el miedo a qué dirán se transforma en el miedo a dirán otra vez lo mismo.
Amor que transpira, que también es cosa neutra, cosa tuya, que se mete en los sueños para transformar a tu madre en la figura de un cuadro de Goya, pasar del sueño a la pesadilla, a las imágenes que transponen la alegría, la sonrisa. Goyo, cuidado, cuidado. Amor y sueño, pesadilla que te despierta, que te lleva a las habitaciones donde nada es tuyo, y donde hay amor, pero no te pertenece.
Resumen Goyo; una habitación, una damita especial y un excusario, absurdo, comunacho, aburrido...uno más, como siempre.

sábado, 20 de julio de 2013

La trama tejida.

Quiero escribir y me sale espuma
quiero gritar y solo salen versos
quiero tu frente y soy tu reverso
quiero ser tigre, o al menos ser puma

Me paro fuerte, enderezo el plexo
lo que me llega es bendita basura
quiero volar pero no tengo plumas
quiero juntar sin encontrar el nexo

Ando torcido; ¿me creo vencido?
Salto a lo largo, soy mi tiempo viejo
si jugué, gané, viví en lo perdido.

¿No te sorprende de lo que me quejo?
Miro al costados, olvido el olvido
No soy dueño de la trama que tejo.

martes, 9 de julio de 2013

Mariela.

Mariela juega raro con las rosas.
Las amasa y las deshoja.
Después hace bizcochos.
Ella deshace los tallos
y se guarda las espinas.
Mariela juega con rosas, y es rara.
Como una flor sin sombrero
O un cuento sin trama.
¿Qué se trae Mariela con rosas rotas
que reposan en la sombra?
Mariela tiene sueños de cosas
Cosas que pinchan y tallos sin hojas.
Son cosas raras, rojas resbalosas.
¿Dónde estallan las rosas sin tallos de Mariela?
Donde sueña las cosas que pinchan.
Mariela come bizcochos de rosas

Que rompen la sombra, y ríe.

domingo, 30 de junio de 2013

Cucharitas

Lo difícil es hundir la cucharita. Romper la monotonía negra espumosa, cruzar el charco oscuro, siguiendo las leyes de la química moderna (que por moderna es nueva) pero sin transvertir los reglamentos de la cotideaneidad. ¿Permitirse una pizca de curiosidad que desvíe la atención?

Uno y la soledad innegable de un cuerpo inanimado de acero inoxidable golpeado, forjado en frío con sudor aceitoso, piel embutida, tersa y expandida en algo convexo, o cóncavo; como para no permitirnos dudar si todo depende de dónde nos coloquemos para observar.
Sería más simple, tal vez, dejar la cucharita quieta y abanicar la taza convidándole un vaivén semierótico, sin pensar demasiado aquello de que la dulzura no deja dividendos, y lo fácil vendrá luego; llevar la taza a los labios y que caiga en la lengua.
La cucharita se marea y vomita espuma de café. La pupila te engaña y no tiene memoria, o tiene una memoria ingrata que apenas te dice que es solo un café más. ¿Si fuese el último? La pupila no advierte de los dolores insoportables que has tenido que sufrir con los anteriores. No recuerda el retorcer del tripaje, ni de las diminutas personitas que saltan en la lengua y lastiman las papilas cuando se los rocía con una lluvia ardiente. Pupila; traición.
Dios, doy gracias por el acero, doy gracias a quienes lo utilizan y maldigo a quienes manufacturan las cucharitas de plásticos. Porque el miedo le da cuerpo a la ira, endurece el pulso, y es capaz de hacerlas trizas.
Debe haber barrios donde el café no se revuelve y deben ser barrios confundidos, que aceptan las cosas como vienen. En cambio hay otros que necesitamos condimentos para lo que viene luego. Y eso que uno no piensa demasiado en tomar un café en el cual el azúcar permanezca en el fondo de la taza, como una arena densa y espesa inamovible. Es en ese punto es posible separar el azúcar del café, pero uno rebeldemente imbécil, como siguiendo los pasos determinados, sumerge la cucharita y luego procede. Y en la sumatoria de las cosas, lo ingerido sería lo mismo, lo que cambia es la densidad.
Y luego lo fácil; sentarse impávidamente a tomarse cinco minutos y dedicárselo al café, mirando de reojo la cucharita, tan soberbia ella, que tiene platito, simplemente, para poder apoyarla. Sin dedicarle pensamientos a la escasez de la azúcar, ni si las damas confundidas se detienen frente a la taza con un terror enajenado, lleno de copas de nieve blancuzca, que les impide determinar el sentido correcto de giro de la cucharita.
¿Por qué revolver el café? ¿Por qué añadirle algo para que no sea lo que es? Una máscara, claro; las cucharas son seres inanimados, inhabitables, con los cuales uno no debe meterse, respetarles sus espacios, respetarles sus platitos delicados donde se posan a secarse de la historia precedida.
Lo difícil, sostengo, es sentarse contra la taza y sentir que la cucharita te mira, y vos pensás que la estás usando a ella, pero no, es ella la que te usa, la que te ayuda a cambiar el gusto de las cosas.