No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



domingo, 30 de junio de 2013

Cucharitas

Lo difícil es hundir la cucharita. Romper la monotonía negra espumosa, cruzar el charco oscuro, siguiendo las leyes de la química moderna (que por moderna es nueva) pero sin transvertir los reglamentos de la cotideaneidad. ¿Permitirse una pizca de curiosidad que desvíe la atención?

Uno y la soledad innegable de un cuerpo inanimado de acero inoxidable golpeado, forjado en frío con sudor aceitoso, piel embutida, tersa y expandida en algo convexo, o cóncavo; como para no permitirnos dudar si todo depende de dónde nos coloquemos para observar.
Sería más simple, tal vez, dejar la cucharita quieta y abanicar la taza convidándole un vaivén semierótico, sin pensar demasiado aquello de que la dulzura no deja dividendos, y lo fácil vendrá luego; llevar la taza a los labios y que caiga en la lengua.
La cucharita se marea y vomita espuma de café. La pupila te engaña y no tiene memoria, o tiene una memoria ingrata que apenas te dice que es solo un café más. ¿Si fuese el último? La pupila no advierte de los dolores insoportables que has tenido que sufrir con los anteriores. No recuerda el retorcer del tripaje, ni de las diminutas personitas que saltan en la lengua y lastiman las papilas cuando se los rocía con una lluvia ardiente. Pupila; traición.
Dios, doy gracias por el acero, doy gracias a quienes lo utilizan y maldigo a quienes manufacturan las cucharitas de plásticos. Porque el miedo le da cuerpo a la ira, endurece el pulso, y es capaz de hacerlas trizas.
Debe haber barrios donde el café no se revuelve y deben ser barrios confundidos, que aceptan las cosas como vienen. En cambio hay otros que necesitamos condimentos para lo que viene luego. Y eso que uno no piensa demasiado en tomar un café en el cual el azúcar permanezca en el fondo de la taza, como una arena densa y espesa inamovible. Es en ese punto es posible separar el azúcar del café, pero uno rebeldemente imbécil, como siguiendo los pasos determinados, sumerge la cucharita y luego procede. Y en la sumatoria de las cosas, lo ingerido sería lo mismo, lo que cambia es la densidad.
Y luego lo fácil; sentarse impávidamente a tomarse cinco minutos y dedicárselo al café, mirando de reojo la cucharita, tan soberbia ella, que tiene platito, simplemente, para poder apoyarla. Sin dedicarle pensamientos a la escasez de la azúcar, ni si las damas confundidas se detienen frente a la taza con un terror enajenado, lleno de copas de nieve blancuzca, que les impide determinar el sentido correcto de giro de la cucharita.
¿Por qué revolver el café? ¿Por qué añadirle algo para que no sea lo que es? Una máscara, claro; las cucharas son seres inanimados, inhabitables, con los cuales uno no debe meterse, respetarles sus espacios, respetarles sus platitos delicados donde se posan a secarse de la historia precedida.
Lo difícil, sostengo, es sentarse contra la taza y sentir que la cucharita te mira, y vos pensás que la estás usando a ella, pero no, es ella la que te usa, la que te ayuda a cambiar el gusto de las cosas.

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