“We were separated from the majority
of men
by boundary but simply by another
mode of vision”.
Demian (1919). Herman Hesse.
Cuando se traza una línea hay dos
opciones:o se está de un lado o se está del otro. No es aconsejable mantenerse sobre
ella. Las líneas suelen ser tan delgadas, que es muy difícil habitar allí. No
importa que tan simple se pueda ser, uno siempre necesita espacios.
La historia que se relata es de un
pueblo. No quisiera mencionar su nombre. ¿Acaso alguien pone atención a los
nombres de los pueblos? Los inventarios suelen ser aburridos. Por otro lado,
tal vez, no sea importante el pueblo, sino sus habitantes. Siempre he pensado,
un pueblo son sus habitantes, porque son los que le dan su calor o su frío.
¿Qué sentido tendría un pueblo sin habitantes? Pues ninguno. Un pueblo, en sí,
funciona como estructura, como apoyo de todo esa gente. Funciona, tal vez, como
un espejo, aunque termina siendo más complejo.
¿Cuántos habitantes de un pueblo deben
ser pobres, para qué un pueblo se consideré pobre? ¿Cuántos deben ser infames,
para que se declare infame? ¿Cuántos deben ser bellos, para que se diga que es
un pueblo de bellos? No he llegado a comprenderlo. Porque un pueblo es un
conjunto de personas, pero por separado, cada persona no es un pedacito de
pueblo.
No me animaría a decir, que veinte
personas de un pueblo de cuarenta habitantes, sea la mitad del pueblo. He
aprendido a desconfiar de las matemáticas, y me han maltratado tanto con
aquello de que “sí yo me como dos pollos
y vos uno, en promedio nos comimos un pollo cada uno” que detesto la
estadística como se detesta pisar descalzo el meo del perro junto a la heladera
a las tres de la mañana.
¿Cuántas personas son un pueblo? Supongo
que la solución es indeterminada. Estará allí el secreto, en la imposibilidad
de definir cuantas personas son un pueblo. Tal vez un pueblo sean todos y cada uno de sus
habitantes. Sin omitir a ninguno, por más pequeño que sea.
El pueblo del relato había vivido entre
diferencias. Constantes. Estas diferencias, no me son importantes. No para
mencionarlas aquí, al menos. Para describirlas, simplemente voy a recurrir a
una imagen, que espero resulte. ¿Han visto esos enchufes que tienen dos agujeritos
redondos, como de 3 o 4 milímetros? Bien, ahora, ¿vieron los enchufes que
tienen dos palas inclinadas, como queriendo formar un techito, y un poco más
abajo otra patita cilíndrica en el medio? Sí, esas mismas, las que parecen la
cara de un chino sorprendido. Intente meter el enchufe macho en el enchufe
hembra. Pues así eran las diferencias. Sin que esta suerte de metáfora pobre
tenga connotaciones sexuales.
Aceptemos entonces, que por la
existencia de estas diferencias, el pueblo podía dividirse en dos. Me permito
bautizarlos a fin de clarificar el relato. Por un lado estaban los Tan, y por
otro lado los Muy. Por supuesto, también existía una tercera posición, que no era
Tan ni Muy.
Se planteó separar al pueblo en dos. Los
Tan de un lado y los Muy del otro. ¿Cómo se haría para mantener a los Tan de un
lado y los Muy del otro? Luego de pensar, se llego a la conclusión que se debía
construir un muro alto y ancho. Para lograr de esa manera que los Tan fueran Tan,
sin una gota de Muy, y los Muy ni por asomo vean lo que es ser Tan.
¿Quién construiría el muro? La decisión
fue simple: Ambos querían el muro, pero los Tan no estaban dispuestos a
construirlo con ayuda de los Muy, y de ninguna manera podían rebajarse a
construirlo ellos solos, mientras los Muy descansaban. De igual manera pensaron
los Muy.
Fue así que, por no ser ni Tan ni Muy, los
que no eran Tan ni Muy fueron los encargados de construir el muro que se
extendía desde un precipicio hasta la ladera de una montaña. Trabajaron durante
días. Tal fue el esfuerzo requerido, que algunos decidieron, finalmente, ser Muy
o Tan, para no ser de los que no eran Tan ni Muy y tener que trabajar
arduamente entre medio de los dos.
A poco de terminar el muro, los que no
eran Tan ni Muy se miraron sin saber qué hacer, de qué lado ponerse. Se dieron
cuenta, mientras el muro no estuviese terminado, ellos eran libres de pasearse
de un lado al otro, sin mayores problemas. Podían jugar un partido de ajedrez
con los Muy a la tarde, y por las noches tomar unas copas con los Tan. Pero en
cuanto el muro estuviese terminado, eso no sería posible.
Así fue que decidieron encerrarse dentro
del muro. Vivir dentro del muro. Por su propia incapacidad de definirse. O por
miedo a ponerse de un lado y arrepentirse. O tal vez, haya habido alguno, que
con férreas convicciones, prefirió el encierro antes de estar del lado de los Tan
o de los Muy.
Y así vivieron, los que no eran Tan ni Muy,
encerrados en ese muro que dividía a los Tan de los Muy. Vivieron en el medio,
por el miedo de estar de un lado o del otro. Sucede que cuando uno no está de
un lado o del otro, está en el medio, ¿Quién presta atención a los que están en
el medio? Ellos no tienen nada, no son Tan ni Muy, porque el medio termina
siendo un lugar pobre, carente de toda identidad. ¿Qué termina siendo un hombre
sin identidad? Una persona incapaz de dar un saltito lo suficientemente largo
como para pasar de un lado al otro.
Así funciona el mundo, obligándote a
tomar posturas, para marearte, para no darte cuenta por momentos, si estás de
un lado o del otro. Para poder decir, que estás de un lado por propia
convicción, cuando tal vez, estas ahí porque nunca viste el otro lado. Para
pegarte un etiqueta en la espalda, que la aceptes para no estar en el medio y
que te miren raro. Para hacerte creer que sos Tan, pero tal vez no seas, ni tan
Tan, ni muy Muy.