No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



miércoles, 8 de abril de 2015

Línea.

“We were separated from the majority of men
by boundary but simply by another mode of vision”.
Demian (1919). Herman Hesse.
Cuando se traza una línea hay dos opciones:o se está de un lado o se está del otro. No es aconsejable mantenerse sobre ella. Las líneas suelen ser tan delgadas, que es muy difícil habitar allí. No importa que tan simple se pueda ser, uno siempre necesita espacios.
La historia que se relata es de un pueblo. No quisiera mencionar su nombre. ¿Acaso alguien pone atención a los nombres de los pueblos? Los inventarios suelen ser aburridos. Por otro lado, tal vez, no sea importante el pueblo, sino sus habitantes. Siempre he pensado, un pueblo son sus habitantes, porque son los que le dan su calor o su frío. ¿Qué sentido tendría un pueblo sin habitantes? Pues ninguno. Un pueblo, en sí, funciona como estructura, como apoyo de todo esa gente. Funciona, tal vez, como un espejo, aunque termina siendo más complejo.
¿Cuántos habitantes de un pueblo deben ser pobres, para qué un pueblo se consideré pobre? ¿Cuántos deben ser infames, para que se declare infame? ¿Cuántos deben ser bellos, para que se diga que es un pueblo de bellos? No he llegado a comprenderlo. Porque un pueblo es un conjunto de personas, pero por separado, cada persona no es un pedacito de pueblo.
No me animaría a decir, que veinte personas de un pueblo de cuarenta habitantes, sea la mitad del pueblo. He aprendido a desconfiar de las matemáticas, y me han maltratado tanto con aquello de que “sí yo me como dos pollos y vos uno, en promedio nos comimos un pollo cada uno” que detesto la estadística como se detesta pisar descalzo el meo del perro junto a la heladera  a las tres de la mañana.
¿Cuántas personas son un pueblo? Supongo que la solución es indeterminada. Estará allí el secreto, en la imposibilidad de definir cuantas personas son un pueblo. Tal vez  un pueblo sean todos y cada uno de sus habitantes. Sin omitir a ninguno, por más pequeño que sea.
El pueblo del relato había vivido entre diferencias. Constantes. Estas diferencias, no me son importantes. No para mencionarlas aquí, al menos. Para describirlas, simplemente voy a recurrir a una imagen, que espero resulte. ¿Han visto esos enchufes que tienen dos agujeritos redondos, como de 3 o 4 milímetros? Bien, ahora, ¿vieron los enchufes que tienen dos palas inclinadas, como queriendo formar un techito, y un poco más abajo otra patita cilíndrica en el medio? Sí, esas mismas, las que parecen la cara de un chino sorprendido. Intente meter el enchufe macho en el enchufe hembra. Pues así eran las diferencias. Sin que esta suerte de metáfora pobre tenga connotaciones sexuales.
Aceptemos entonces, que por la existencia de estas diferencias, el pueblo podía dividirse en dos. Me permito bautizarlos a fin de clarificar el relato. Por un lado estaban los Tan, y por otro lado los Muy. Por supuesto, también existía una tercera posición, que no era Tan ni Muy.
Se planteó separar al pueblo en dos. Los Tan de un lado y los Muy del otro. ¿Cómo se haría para mantener a los Tan de un lado y los Muy del otro? Luego de pensar, se llego a la conclusión que se debía construir un muro alto y ancho. Para lograr de esa manera que los Tan fueran Tan, sin una gota de Muy, y los Muy ni por asomo vean lo que es ser Tan.
¿Quién construiría el muro? La decisión fue simple: Ambos querían el muro, pero los Tan no estaban dispuestos a construirlo con ayuda de los Muy, y de ninguna manera podían rebajarse a construirlo ellos solos, mientras los Muy descansaban. De igual manera pensaron los Muy.
Fue así que, por no ser ni Tan ni Muy, los que no eran Tan ni Muy fueron los encargados de construir el muro que se extendía desde un precipicio hasta la ladera de una montaña. Trabajaron durante días. Tal fue el esfuerzo requerido, que algunos decidieron, finalmente, ser Muy o Tan, para no ser de los que no eran Tan ni Muy y tener que trabajar arduamente entre medio de los dos.
A poco de terminar el muro, los que no eran Tan ni Muy se miraron sin saber qué hacer, de qué lado ponerse. Se dieron cuenta, mientras el muro no estuviese terminado, ellos eran libres de pasearse de un lado al otro, sin mayores problemas. Podían jugar un partido de ajedrez con los Muy a la tarde, y por las noches tomar unas copas con los Tan. Pero en cuanto el muro estuviese terminado, eso no sería posible.
Así fue que decidieron encerrarse dentro del muro. Vivir dentro del muro. Por su propia incapacidad de definirse. O por miedo a ponerse de un lado y arrepentirse. O tal vez, haya habido alguno, que con férreas convicciones, prefirió el encierro antes de estar del lado de los Tan o de los Muy.
Y así vivieron, los que no eran Tan ni Muy, encerrados en ese muro que dividía a los Tan de los Muy. Vivieron en el medio, por el miedo de estar de un lado o del otro. Sucede que cuando uno no está de un lado o del otro, está en el medio, ¿Quién presta atención a los que están en el medio? Ellos no tienen nada, no son Tan ni Muy, porque el medio termina siendo un lugar pobre, carente de toda identidad. ¿Qué termina siendo un hombre sin identidad? Una persona incapaz de dar un saltito lo suficientemente largo como para pasar de un lado al otro.

Así funciona el mundo, obligándote a tomar posturas, para marearte, para no darte cuenta por momentos, si estás de un lado o del otro. Para poder decir, que estás de un lado por propia convicción, cuando tal vez, estas ahí porque nunca viste el otro lado. Para pegarte un etiqueta en la espalda, que la aceptes para no estar en el medio y que te miren raro. Para hacerte creer que sos Tan, pero tal vez no seas, ni tan Tan, ni muy Muy. 

lunes, 6 de abril de 2015

Ira.

"En tres partes se divide el alma humana:
en mente, en sabiduría y en ira".
Es frustrante no saber qué piensa una hormiga; las ves moviéndose, parecen solitarias, pero pronto te das cuenta que no, que se juntan, se reúnen y arman filas largas. Sospechás que están planeando algo porque tienen ocupaciones que parecen formar parte de un objetivo común.
Y entonces, sin darte cuenta, ponés un anzuelo y las esperas. Cuando se juntan las rocías con alcohol y les acercás un fosforito. Ellas se retuercen mientras vos imaginas cómo gritan las hormigas, y entonces sos Dios y por lo tanto enorme, grandísimo, mucho más de lo que sugiere la comparación.
En ese lapso no sos vos mismo sino un entramado visceral de circunstancias, de pulso alterado, menos consciente y definitivamente individual. Un alma dividida, no dispuesta a razonar en lo que se hace y lo que no.
Y todo es un fuego ciego que destruye lo pequeño, lo suave, lo dulce, lo común, lo que se construye. Un fuego que consume a las hormigas, pero no se detiene ahí.

El resumen es una confusión y el corolario un bolsa de explicaciones que disfrazan errores y decisiones con un fósforo en la mano