llorar
porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. ..
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. ..
FGL.
Goyo, goyito, pretendiendo catarsis. Jugando a unir
las puntitas de la soga para ver si hay algo atado. La diferencia entre avanzar
y quedarse quieto es el llanto, el espasmo íntimo, anidar los bronquios con
whisky, pena pasada.
Hablar en castellanto, mezclar las palabras con mocos
y lágrimas, limpiar los amores con pañuelos babosos, usados y viejos. Empastar
los recuerdos, ¡pulirlos con pañuelos y llanto! Limpiar los amores con obsesión
psicológica, psicosomática, pensarlos, recorrerlos. Gastarlos, hasta dejarlo
brillante, Goyo; casi como sin uso. Amor envuelto en celofán, amor nuevo,
regalado, pulido a lágrima seca. Amor que se esconde en los cuadros de
Goya, en las canciones de Jaques Brell, en las letras Gelman, en Gelman.
Igual Goyo, cuando llorás lo hacés ver todo tan
pornográfico, tan condicional, tan perverso, unís las historietas con un
antojo, por qué la libertad. Pero la libertad debe ser otra cosa, algo más
amplio y más limpio, más lindo, más sano, menos mental, más de pecho. Algo
parecido a la voz de los bajos de ópera. Pero no, ellas; las mezzo-sopranas
mezquinas, absurdas, perversas, te cambian el cuentito.
Goyo, mirás el libro pensando que la tenés clara, que
descubriste la trampita, como si todos los libros fueran el libro. Todos los libros;
el libro: el mismo. El conflicto, los personajes, siempre la mismo, la misma
historieta. Todas las tetas; la teta. Todos los pañuelos; el pañuelo. El pulso
herido.
Lo malo de todo es que se desarma, se rompe, se
sangra, te estalla las manos. Y luego todo entero es una sucesión de fragmentos
vagos, de recuerdos empecinados en unirse, en montarse al presente, para
decirte que estás haciendo lo mismo de siempre.
Caminar Buenos Aires, caminar la vereda toda entera,
recorrer las plazas con pañuelos vírgenes, sentarse en plaza Francia y
dedicarse a la impunidad. Porque los que lloran son impunes,
desvergonzados, pornográficos, quiebran la realidad; la doblan y rompen. Pero
Buenos Aires, también tiene que ser otra cosa, una marquita en el corazón, como
si fuese una grieta en un tanque de agua, que se extiende, se expande hasta que
todo se rompe. Y todo cambia, y es tan distinto, y Goyo te quedás armando.
Pensando en la sombra Pizarnik, en las letras de Girondo, en Girondo, en los
poemas de las paredes, en Floreal Ruiz. En la voz de Edmundo Rivero, en la
milonga. En la melanco.
Melanco, melanco Goyeneche. Enfermo de la nostálgica, un
desconfiando en los nombres, mezclándolos. Confundiendo a todas, a tontas y
locas, a cuerdas y desatadas, a las perras costumbres, a los vasos y las
botellas. Don Edmundo te pega al pecho una patada de tango, y el resto es puro
whisky malo con dos hielitos.
Goyo, goyito, en la puertita del bar de siempre,
pretendiendo entrar. Misma puerta, mismo bar, mismo todo. ¿Qué te pasa? Buenos
Aires se llama así, nombre de mujer, pero también mujer sin nombre, mujer
anónima. No te cuestan los sustantivos propios, lo que te cuesta es despegarlo
de la imagen que generás, que te creas a partir de esa imagen (un irónico goyo;
cómo si hubiese otra forma de crear que no fuese con imágenes unidas por
hilitos). Esto es así, aquella piensa de esta forma, tienes los labios así,
ella es...como si ser fuesen convertirse en una carpeta que se guarda en un
fichero.
El resto es catarsis, escribir. Morir escribiendo,
porque sos la sombra, el pulso herido, lo diferente. Hay que ser diferente,
distinto, especial, para llorar así, para llorarle a la luna o cantarle,
escaparle a lo marimé. Goyo gitanito, romani, rom: huir siempre huir, pensando
en la palabra y su peor sombra: la oración. En sus hijas violadas, en las
poesías, los versos malditos. Porque alma vagabunda, gitano prestado, corazón
nómade, vos no escribís, lo que hacés vos es peor que tanta literatura, lo que
hacés es poner ritmo y melodía a las imágenes, a las putas sensaciones, al jazz
prohibido, al flamenco malentonado.
Y todo sucede, y es Buenos Aires la que vuelve, la que
nunca se va, la que también pasa, la que te encierra, la que te hace tan
catárquico. Visceral Goyo, emotivo, equivocado, el visitante, el que pierde.
Eso también es Buenos Aires, una pisada en el medio de un camino, una músiquita
de jazz de New Orleans, la no-identidad, el imperio mezquino, lo impersonal.
Lo que resta es la puta mística, las putas letras reordenándose,
mintiéndote que nunca van a ser más de lo que te parece. Pasar las horas putas,
pensando, pensando, pensando; sufriendo porque no aparecen: las imágenes, las
letras, las oraciones, las historias. Y todo pasa, excepto lo que tiene que
pasar.
Y lo terrible, Goyo, lo innegable, lo que sucede, es
esa sucesión de angustia contra la almohada, de arrugarla y romperla, humedecerla
de llanto, sin saber con precisión a quién dedicarle ese llantario…