a la chinita portadora de pecas.
¿A qué estás jugando? Digo,
tomás un poquito de esto, otro poquito de aquello, pero resumen; te quedás con
nada, apenas con un fragmentito de algo que parece enorme pero no lo podés
tomar, digo tomar: sentirlo entre las manos, sentir que te las ensucia como te
ensucia el barro. Tan existencialista Goyo, si no
ensucia, no vive. Siempre es más fácil sentir la suciedad y luego creerla.
Polvo pensamiento, pensamiento
que se esparce, ¿dónde pusiste el recuerdo? El recuerdito, la guitarra, el
ropero, secarte los labios antes de romper el beso, el jarrón que juntó agua de
lluvia. Todo vacío, todo con una fragilidad absurda que no la tocás por-miedo-a-que-lo-pase-sea
peor. En resumen; el miedo es a que pase, a que pase algo, pero el peor miedo,
el miedo que habita salones de fiesta y toma sangre, es el miedo a que no esté
pasando lo que pasa. Miedo vampiro, miedo caníbal. Las ilusiones, escuchar ruido donde duerme el silencio.
Goyo intuyendo no poseer la capacidad
de poseer, lo que le daría coherencia. No poseer, no habitar. Entrar a los salones
de baile por la ventana, gemir en los velorios, saltar en los juegos de jardín,
evitar las líneas de las baldosas e irse, siempre irse, por donde llegaste. Los
proverbios chinos, los libros de Cortázar, las perras negras, los poemas de
Girondo, la mierda de Sartre y el delirio de
creer-que-estás-haciendo-algo-enorme. O algo lindo, algo que brille por su
propia identidad.
El problema, mi querido Goyo,
son los inventarios, esos bestiarios de números sucios que a menudo intentan
reconfigurarte, reconstruirte, descubrirte. Mi querido Goyo, el uno, dos, tres.
Las cuentas del collar. El orden inalterable de lo que cede,
precede y prosigue.
No hay con qué darle, sos un animalito de carga, un listado aburrido de derrotas que parecen triunfos y triunfos que
acaban por cansarte, por derrotarte. El olor a vino barato, el tabaco
metiéndose por los poros. Goyo cagón, miedoso, estatua en mitad de un patio del
que siempre querés escaparte. Los restos de vaso en el medio del fernet, la
espuma convulsionándote los ojos. Pispeas el reloj por el rabillo del ojo, mientras conjeturas, mientras se te hacen trizas los planes, pensás en lo que dura la primavera, en lo que gime
violento.
Verdad parcial, estás en el
medio de algo enorme, te lo concedo, alfil alegre del tablerito en el que te
pensás. Problema menor: pensar que estás jugando. Problema mayor: Jugar
pensando. Lo que te importa es que jugás a pensar. Pensamiento húmedo,
pensamiento corrupto. La trama, la madeja de lana, la habitación, los discos de
Miles Davis, la música de Charlie Parker, las botellas semivacías que nunca vas a probar.
Verdad total: Goyo, te estás
mintiendo. No hay tablero, ni nada. Hacete cargo, hacete hombre. Hay un vasito
de JB con hielitos fantasmas, a punto de desaparecer. Y lo grave viene luego: la
panza arrastrada, el nudo sin punta, nudo del cual no sabés de dónde tirar.
Porque había: un sillón que no
era tu sillón, un vaso de fernet con espuma blanca como espuma de mar, un
Gitanes que no acababa nunca (y era Gitanes para pensarte francesito, apuesto y
encarador, dispuesto y amante), una mujer diamante, dos ojos dagas celestes, un escote paraíso rebelde y todo eso no te pertenecía. Una habitación enorme,
un cuadro a lo Van Gogh, la marihuana en un frasco de mermelada, papel de
armar, libros fríos, y nada era tuyo.
La guitarrita Goyo. Cantate
una. Cantate mil. Catador de ritmos, errante de melodía. Cuidado Goyo, todo lo
que cantes puede ser usado en tu contra, se te mete en la cabeza, como un cuchillo maldito, de filo mordido. Ellas afilan sus cuchillos en tu cabeza, lo quieras o no,
lo elijas o no. Te hagás el zonzo, o te creas el piola. Goyo, Goyito, la noche
siempre es una mentira linda de la que sos libre de definir como se te venga en
mente.
Goyo, no se elige estar del
lado de la pared o del cordón, ni se elige el tamaño del paraguas. Y lo que
muchos viven porque se han decidido a vivirlo; no resulta con vos. No resulta
con las cuerdas, hilos malditos, con los que enredas las imágenes, con las que
tratás de armar luego lo que pasó, cuando la espuma baja, y los pulmones se
llenan de esputo.
Acción Goyo, acción, la
dialéctica del espacio sin espacio para dialéctica. Tu confusión, la mugre que
se te mete entre los dientes, sangre sucia. Y es tarde, casi tan tarde que te
arden las manitos y casi que hablás como un nene que acaba de terminar de
llorarle a la madre porque no quiere sopa.
La guitarrita Goyo, ¿qué pasó?
El miedo en la flor que te nace en el pecho. Verdad subjetiva: sos un valiente,
un arriesgado, un temerario que sabe que en cualquier momento todo se va a
demonio, un trapecista que mira para abajo en mitad de un camino de cuerda. Los
libros de teatro, las dramaturgias vivas, conflicto, imágenes, acciones. Pensá
imágenes que te lleven a acciones.
Goyo enamorado, equivocado.
Error y reacción, sensación y consecuencia. Una mujercita acostada, que se tapa
las orejas, que se dibuja entre pecas y lunares. Y el miedo a qué dirán se transforma en el miedo a dirán otra vez
lo mismo.
Amor que transpira, que
también es cosa neutra, cosa tuya, que se mete en los sueños para transformar
a tu madre en la figura de un cuadro de Goya, pasar del sueño a la pesadilla, a
las imágenes que transponen la alegría, la sonrisa. Goyo, cuidado, cuidado.
Amor y sueño, pesadilla que te despierta, que te lleva a las habitaciones donde
nada es tuyo, y donde hay amor, pero no te pertenece.
Resumen Goyo; una habitación,
una damita especial y un excusario, absurdo, comunacho, aburrido...uno más,
como siempre.
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