Me fui, pero no
solo me fui, quiero que sepan que me fui y me llevé todo aunque, como luego
comprenderán, este “todo” que invoco solo es lo que entra en una maleta (por
cierto, me llevo la maleta Diego).
Sería interesante
que comprendan lo que hallarán en el baño. No lo tenía pensando, no seguí
ningún plan, no tracé mapas, no realicé esquemas sinópticos ni diagramas.
Simplemente me sentí una bailatriz (sé que se dice bailarina, pero adoro
tomarme algunas licencias), y seguí una coreografía maldita, cruel,
improvisada, silbada por una serpiente bailando en el séptimo círculo del
infierno del Dante. Por unos minutos fui la Ira misma, mientras corrompía el
orden del lugar, que es para lo que sirve ella. Tiré el lavamanos, desarmé la
cadena, arranqué la tapa del inodoro, voltié el bidet, doblé la canilla de la
bañadera, vacié los frascos de medicinas en el suelo, partí veintitrés
azulejos, esparcí la pasta de dientes por las paredes, estallé el espejos, pasé
los cepillos de dientes por los zócalos y lo más importante: Tiré contra el
piso todos los frascos de perfumes y colonias de mamá.
Díganle a mamá que
me he ido y agreguen que no volveré. Supongo que ella ha de morir un poco,
porque así sucede; no volver a ver a una hija es morir un poco. Si le sirve de
consuelo (tonto, como todos los consuelos) díganle que yo también…
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