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Felipe Celsio, su jefe, movía las manos, como quien da vueltas a una gran manija. En cada palabra que soltaba, parecía que, poco a poco, se llenaba de aire un globo.
Goyeneche, se puso serio. No habló, no se le escapó ni una palabrita, ni una sílaba, ni una letra. Se quedo quieto, mirando un punto fijo, como una bailarina de ballet.
El goyo había aprendido de las mujeres, a esas mismas a las que había cortejado, a las que había abandonado, las que le habían entristecido el alma con indiferencia, que el silencio también es respuesta. Que no siempre hay que hablar, porque cuando las palabras no pueden ser más dignas que el silencio, más vale callarse.
Que la duda que genera el silencio, incluso en las respuestas tácitas, a veces es el peor castigo para quien necesita una respuesta.
El silencio, puede ser eso, un castigo. Y mientras tanto un globo enorme le iba tapando la cara...
1 comentario:
Completamente de acuerdo.
El silencio a veces es una respuesta sabia y otras veces es una respuesta que hiere.
Saludos, Esteban.
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