No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



lunes, 22 de octubre de 2012

Los relojes.


(...)
Cualquiera te regala un reloj. El banco, una empresa, una tía, una madre o una novia. Y no caen en cuanta que quién regala un reloj, también regala la angustia de poder visualizar que el tiempo avanza. El mundo funciona como una balanza en la cual no es posible sumar un segundo, sin restar otro.
Hay que tenerles idea a los relojes, desconfianza, porque en cuanto uno les deja espacio, todo se hace a su orden y antojo. Uno termina volviéndose un autómata dispuesto a cumplir las órdenes que le silba el reloj. Termina siendo una persona lejana de todos los lugares que uno quiere. Porque el tiempo es la distancia más lejana entre dos lugares.
Goyeneche tuvo un impulso, tomó el despertador y lo estalló contra la pared. Y por algunos minutos fue libre. Exactamente diez minutos, cuando miró el reloj de pared de la cocina.

1 comentario:

El Sudaca Renegau dijo...

Totalmente de acuerdo.
Con el tiempo (perdón por la redundancia), el celular comenzó a ocupar ese lugar. (También marca la hora), pero es más perfecto para el control social.
Seguro que lo sabe, si es así, disculpe: el nombre de la bola pesada que estaba al extremo del grillete en los esclavos, se llamaba...
¡Blakberry! Le juro que es verdad.