No deseo ser realista, pretendo escribir música pero con palabras, porque los recuerdos suceden con música. Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero no quisiera ser un prestidigitador común. Pese a todo, no he podido determinar, si quiero mostrarles la verdad con la apariencia de la ilusión, o por el contrario, la ilusión con la apariencia de la verdad.....las palabras me preceden, me sobrepasan. Tengo que tener cuidado: sino las cosas se dirán sin que yo las haya dicho. Así como un tapiz está hecho de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir solo uno....mi enredo surge porque una historia está hecha de miles de historias....



martes, 1 de mayo de 2012

Hay que elegir.

Cuando era chico, cambie mil veces de equipo de fútbol. Al principio era de San Lorenzo, por estímulo de mi padrino. Todavía tengo una camiseta de aquella época, diminuta y hermosa. Roja y azul con la marca de las tres tiras. Y después empecé a cambiar de cuadro como de remera durante un período de tres o cuatros años. De Boca a River, de River a Racing, de Racing a Independiente, de Independiente a Boca, y así. Mutando por motivos absurdos, como partidos perdidos o jugadores que parecían más o menos simpáticos.
¡El descubrimiento del horror! ¡El niño que cambia de cuadro como de calzoncillo merece la muerte en la hoguera! No es algo que me ha marcado, con el tiempo me hice hincha de algún cuadro, lo mantuve, y he ido a la cancha, pero lo abandone. Mitad desilusionado y mitad aburrido por la postura que debe tomar un hincha de fútbol. Me gustan los chistes, y disfruto del humor negro. Pero cuando los chistes se tornan en serio y el humor negro pasa a ser realidad negra, dejo de sentirme a gusto.
Porque tu identidad, depende de lo que elijas. Sí, puede ser. Se ve. No es lo mismo quién eligió a los Stones que a los Beatles, ni el color rojo al color azul. Porque, a pesar de todo, todavía existe quien es ama porque elige y no al revés.
A la edad, mal que mal, cuando uno siente que empieza a ser hombre, no por la simple disposición de pelos toscos, gruesos y negros en los lugares más o menos esperados, sino por la simple imposición del mundo de empezar a dejarte a tu propia suerte; uno ya lleva varias elecciones, inconcientes,  o concientes. Las pequeñas batallas. Y aquella adrenalina de poder elegir, aunque con la presencia panóptica de los padres, se vuelve esencia de vida.
Y con el tiempo uno se da cuenta que es libre de elegir cada día más. Incluso puede elegir entre una patada en el culo o un bostezo en la frente. Y ambas, tendrán el mismo efecto, o parecido. Y duelen lo mismo. Y lo digo recordando las veces que se me han bostezado en la cara, con el gesto apático y la mirada tratando de perderse en lo primero que pase. Aprendí, entonces, a hablar lo justo y necesario. Y no dedicarle energías a los bostezantes.
Y hay que elegir, como si fuese una ruleta, y uno tendría que hacer una apuesta. Porque este azar, esta aletoriedad de los caminos trazados, que te da la tranquilidad de no poder encontrar la causa de de los hechos que te llevaron hasta ese punto.
Tal vez eso sea el azar, la imposibilidad de predecir, la dificultad de explicar. El azar da calma. Libra de culpas, es mucho más fácil pensar que no existen causas que expliquen los caminos. Para desligarnos, para transformarnos en objetos.
Y yo, tal vez, hasta aquí lo acepto, como acepto que un político puede ser eficiente y corrupto, de mala gana, muy mala gana, pero ¿sabés cuando me siento un completo idiota? Cuando tengo que elegir entre Paul, John, Ringo o George.
Y seguro habrá suelto algún clasificador dispuesto a etiquetarte de acuerdo a tu elección. Y los que se sienten diferentes, eligen a George. Tal vez, no tan convencidos, simplemente, porque sienten la necesidad de sentirse diferentes. Cuando me pasa eso, cuando quiero sentirme diferente, simplemente, salgo y le sonrió a cualquier persona que me cruzó. Eso es revolución.
Yo hubiese elegido a Paul, estoy casi seguro. Por Eleanor Rigby, o Dig a pony, o The long and widing road. Aunque por momentos, no estoy tan convencido, porque esa idiotez que me crece dentro, que me lleva siempre a tender querer defender a los más indefensos, me hubiese visto obligado a elegir a Ringo.
Hoy pienso que elegir uno de aquellos cuatro es tan idiota como elegir entre un balazo en el corazón o en la sien, porque, librándome de cualquier interpretación poética, ambas te matan. Y aquí, es lo mismo. Lo bello, es bello, justamente por eso, por bello, no se elige. Es como tratar de definir objtivamente el color azul o el color rojo. Es imposible. Al menos, sin aburrirse con las longitudes de onda y la refractancia de la luz. Porque no quiero vivir en un mundo donde existan campeonatos para todos. Porque tengo miedo de elegir a John y que un fan de George me diga que no entiendo nada. ¡Cómo si hubiese algo que entender! ¡Yo no quisiera entender nada más que lo mínimo y necesario! ¡Mientras menos entienda mejor! Y lo mejor que me puede pasar es poner un disco de los Beatles, y que sea aleatorio, como la distribución de pecas en una cara. Yo quisiera disfrutar de lo bello, del arte, sin la obligación de decir mejores o peores, ni buenos ni malo. Simple.
A veces lo intento, sí, a veces, quiero definir el color azúl, y ahí, yo me suelo acordar de los ojos de María. Y así, me es fácil porque, ¿qué sería de la poesía con la prohibición de la comparación? Y aún así, si a algo le escapo es la multiplicidad de ejemplos para definir algo.
Hoy estoy crecido. Y puede que los que pueden elegir entre Paul, John, George y Ringo estén en problemas. ¿Habrá una trampa al final de todo esto? ¿Una que no nos permita ver que elegir no siempre tiene que ver con la libertad? Porque todos hablamos de libertad, y nadie puede explicar qué quiere decir. Y me asusta que un iluminado se limite a agarrar el diccionario, se limite al tecnicismo. Cuando se habla de tecnicismo, no se habla de sentido común. Basta ver a los abogados defendiendo a los asesinos. ¡Tecnicismos! El hueco entre ladrillo y ladrillo, el que te deja pasar de un lado hacia el otro.
Yo no elegí dejarme invadir por ese mirar mirar mirar mirar a María e inventar un idioma nuevo, uno que intentaba imitar, de alguna forma, más no ser cacofónicamente al castellano. Donde “Zo mamediado gella” tuviese algún sentido.
Yo no elegí que María no entendiese ni una puta palabra de aquel idioma ni pudiese adivinar que carajo quería decir con eso de “Zo mamediado gella”.
Yo no elegí que otros ojos, tan azules como los de María, simplemente me produjesen un: no-mirar-no-mirar-no-mirar.
Yo no elegí que aburran los diccionarios y su línea recta que dice que esto es esto y aquello y aquello. La muerte de la imaginación.
Yo no elegí este puñado de pecas que me representan. Este inventario de manchas marrones que se dispersan, que son azarosas y únicas. No elegí vestirlas, ni sufrirlas, ni defenderlas. Ni elegí la causa común de los pecosos.
Yo no elegí dudar, vivir ardiendo en preguntas, saltando de peca en peca, como quien salta a un acantilado.
Yo no elegí la lluvia, la que me cala hasta los huesos cuando salgo, cuando algo me impulsa a la calle. O cuando la calle me expulsa.
Yo no elegí aquellas cosas, y sin embargo, soy tan libre como cualquiera. Tan libre como para tener que levantarme temprano y trabajar, y votar cada cuatro años, o decir que dos franjas celestes horizontales en un trozo de tela blanca con el dibujo de un sol en el centro me hace compatriota de cuarenta millones de personas. Pero es que aún, yo soy más libre que eso, porque yo me siento compatriota de todo aquel que tenga como objetivo ser buen tipo y se identifique con una bandera que diga que es importante ponerse en el lugar del otro y que crea que para ser justo, hay que darle a cada cual lo que corresponde. Me siento compatriota de todo aquel que defienda la idea de que somos lo que hacemos, de lo que quisieron enseñarnos y sobretodo de lo quisimos y pudimos aprender. Y que nos define lo que hacemos, pero somos chiquitos y por lo tanto lo que hacemos es diminuto, mínimo, pero hay que hacerlo bien, con amor. Amor al acto. Soy compatriota de los que aceptan que el pensamiento, los actos y las palabras no pueden coincidir siempre, pero lo intentan y cuando fracasan, lo vuelven a intentar, y si vuelven a fracasar, fracasan mejor. Porque por más que la quiera, la bandera, a la larga, no es más que un trozo de tela.
¿Qué me hablan de libertad, si apenas puedo con está terrible sensación, con este sin poder entender que es estar vivo, si María, sigue siendo tan María como siempre, como fue la primera vez que la vi?
Yo gritaría: ¡Libertad! Pero me estaría mintiendo. No somos tan libres, apenas estamos sueltos, y nuestra libertad se limita a elegir entre el tiro en la sien o en el pecho, cuando tenemos suerte y no somos víctima de uno por la espalda. Pero no es tan grave. No. Porque he descubierto que lo único que nos hace verdaderamente libres es amar. Sin limitarme al hecho seductor-copulativo-reproductor.
Ya estoy grande para creer que alguien me va a poner en una isla desierta, y aún así, en su último gesto de humanidad por este humilde y torpe trapecista, le permita elegir tres discos.
¿Y sí eso pasase? Pues elegiría tres discos, supongo, no soy necio. Pero descreo que en esa isla exista un tocadisco. Y mis días serían así, la terrible angustia de saber que tengo lo que elegí, pero no lo que necesito…que me falta algo…

Nota al pie: Hace unos días venía charlando en el auto con Bernabé, y me dijo: “La libertad no existe”, y yo agregué: “lo único que nos hace libres”, y terminamos al unísono, “es el amor”.  Como ya tenía estás palabras escritas, no pude pensar más que lo único que hice es darle oración al sentir común, no sé si de todo el mundo, pero sí al de mis compatriotas. Pues va dedicada a Bernabé entonces, y a los que descubrieron su gotita de libertad. Porque esto que puede leerse tan fatalista y melancólico, también puede ser todo lo contrario. Tiene usted la libertad de interpretarlo como quiera.

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