Estábamos en pleno campo, en Rocha, durmiendo en una carpa asfixiantemente pequeña. El aire era una beneficio que no alcanzaba para los cuatro, el frío era una tortura demasiada punzante para abrir la carpa, y el riesgo de los alacranes, víboras y largatos overos, era demasiado para una noche de vísperas de carnaval.
En mitad de la noche, Antonella se empezó a sentirse mal. Asfixiada y seguramente con la sensación de opresión que genera un espacio confinado. Lo manifiesta una vez, y la respuesta de nosotros tres, fue silencio. Podría haberse levantado e irse al auto, pero seguramente el hecho de abrir la carpa y caminar sola le generaba miedo. Pleno campo, y sólo luz de las estrellas. Nuestra respuesta fue la misma la segunda vez. La tercera, reacciono. En un ataque de buen cristiano, me ofrezco a acompañarla a dormir al auto.
Caminamos cubiertos por la bolsa de dormir, abrazados. Yo estaba en pantalones cortos. Temblábamos del frío.
Finalmente llegamos al auto. Debimos caminar quinientos metros. Aproximadamente. Nos cubrimos con las bolsas de dormir, reclinados en los asientos delanteros del auto, totalmente congelados.
Al otro día, alguna de las chicas hizo algún comentario del miedo que debíamos haber sufrido de caminar los metros hasta el auto.
Yo me acuerdo del cielo estrellado, enorme, inédito. Del ruidito de las ramitas cuando iba pisando. De la gracia que me daba mover la linterna y alumbrar alguna planta, del frío punzante calándome los huesos y acelerándome la mandíbula, de las montañitas de rocas a lo lejos, de Antonella temblando y agarrandome el brazo con fuerza, y la luna dibujada arriba.
No recuerdo ningún miedo. Y eso que puedo ser bastante miedoso. Pero no, tal vez los miedos estaban ahí, acurrucados atrás de una planta, o reposados en una hoja de árbol. O caminando con algún alacrán, o debajo de una piedra. O se había acurrucado en la puerta de la carpa. O tal vez, ahora que había lugar en la carpa, se habían resguardado del frío.
A lo mejor los miedos siempre están ahí, en todas las cosas, esperando a saltarte encima. Pero a veces, hay otras cosas que te llaman la atención. Y otras somos tan despistados, que no nos damos cuenta de los miedos a los que estamos expuestos.
Lógico: Uno suele tener demasiadas ocupaciones, como para andar sintiendo miedo por cualquier cosa.
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